PAUL GUSCHLBAUER

OVERLAND: EL DIARIO

Desde el 21 de junio de 2018, Paul está explorando el hemisferio occidental junto con su esposa Magdalena y su avión de hélice de 50 años.

Su objetivo es llegar volando sobre las emocionantes cordilleras de la Patagonia antes del 21 de diciembre. Durante su viaje por el continente americano, Paul se desplaza haciendo parapente, escalada, esquí y senderismo de montaña.

Me encuentro aquí sentado, en la terraza de nuestra casita en Cuixmala. Durante el vuelo, cuyo destino previsto era la ciudad vecina, recibí una invitación por SMS para venir aquí, a uno de los hoteles más hermosos de México. El mar azul turquesa frente a mí, y el avión justo delante de la puerta. Hace una tarde calurosa. Rodeado de palmeras, árboles, flores y otras plantas, solo escucho el silencio, nada más. Una brisa sopla desde la puerta detrás de mi. Es el ventilador de la habitación, que gira rápido pero en silencio, no como el de la habitación de ayer, que hacía un ruido martilleante sin apenas soltar aire.
Ayer no me habría imaginado que hoy estaría aquí. Estuve en una diminuta habitación de hotel, vieja y deteriorada, llamada Suite y ubicada en una playa donde en lugar de personas solo había basura. Salimos por la mañana temprano. Habíamos pedido un taxi la noche anterior, que nunca llegó, así que en su lugar el único trabajador del hotel nos llevó hasta un amarradero. Desde allí, navegamos al otro lado de un canal y luego fuimos hasta una parada de taxis donde, de nuevo, no pudimos encontrar ninguno. Pero una buena mujer nos acogió en su coche y adivinó por nuestro equipaje que intentábamos llegar al aeropuerto. Después de una burocracia muy breve, a causa de las normas mexicanas, finalmente nos sentamos en el avión, con suficiente combustible en los depósitos para nuestro próximo destino.

Los últimos tres días volamos lo más lejos posible para llegar aquí en algún momento y tomar un descanso de tres días antes de continuar en dirección al sur, en dirección a la Patagonia.

AARON DUROGATI - ARNAUD COTTET - ERIC GIRARDINI

WHY NOT?

There was a time in which snow was fundamental, here. It was a dream: if there was no snow, everything was missing.

Ahora ya hace más de 90 días que mi esposa Magdalena y yo estamos en camino con nuestro avión de la vieja escuela, un Piper Supercub del año 1963. Un clásico bien conocido en mundo del vuelo. En realidad, es un avión de monte excelente para estar en Alaska, pero menos adecuado para recorrer grandes distancias. Volamos a una velocidad máxima de 130 km/h. No vamos más rápido que un coche, pero lo hacemos en línea recta y sin atascos. En teoría, podemos aterrizar en casi cualquier lugar donde exista una superfície plana de 100 m de largo. Sin embargo, en México no está permitido hacerlo. El tráfico aéreo está estrictamente regulado. Debido al tráfico de drogas, solo está permitido volar a aeródromos explícitos. Es por eso que hoy llevamos combustible en nuestros depósitos adicionales. Queremos evitar las escalas innecesarias, ya que cuestan mucho tiempo y son un riesgo. Un avión como el nuestro es ideal para alguien que quiere hacer contrabando y muy solicitado para ello.

Hasta ahora, durante el viaje hemos escuchado muchas historias de terror sobre México, en especial de estadounidenses que probablemente nunca se han atrevido a cruzar la frontera. Pero nosotros no nos lo creemos todo y preferimos sacarnos una foto para dar constancia de algo. Hasta ahora nos hemos encontrado con gente amable en todas partes.

Cuando nos marchamos de Alaska a mediados de junio y volamos hacia Barrow, el punto más al norte de los Estados Unidos, para volar desde allí hasta el sur, parecía casi imposible poder llegar a México. E incluso ahora, desde aquí, el trayecto hasta Ushuaia, el punto más al sur de América del Sur, parece interminable. Nuestras alas ya nos han llevado por más de 10.000 km y todavía nos quedan al menos 10.000 más. Los lugares, las cosas y las personas que he visto en los últimos tres meses han sido tan fascinantes que podrían bastar para toda una vida.

En Barrow nos detuvimos junto al mar y el agua estaba congelada, el sol no se ponía durante la noche y, un día después, encontré las dunas de arena perfectas para hacer parapente a la luz del sol, a la 1 de la madrugada.

Exploramos una vieja mina de oro abandonada desde la década de los sesenta. La gente lo había dejado todo atrás, ya que la mudanza habría salido cara y solo habría sido posible en avión. No hay carreteras alrededor, así que el lugar se ha convertido en un museo perfecto. Un lugar donde el tiempo se detiene.
Los mosquitos se nos comieron y los osos nos perdonaron la vida. Vimos los ríos, glaciares, montañas y lagos más hermosos. Aterrizamos en lugares mágicos y remotos a los que solo un avión de monte puede llevarte y sentimos la naturaleza en su forma mas pura.

Hicimos nuevos amigos y nos enamoramos de un lugar llamado McCarthy. Todo esto todavía estaba en Alaska. La primera frontera que cruzamos fue la de Canadá. De entre todos los papeles que se tienen que llevar para poder volar internacionalmente con tu propio avión, nos faltaba mi licencia de piloto en formato de tarjeta de crédito. Mi licencia de piloto comercial americana había cadudaco dos meses antes de ponernos en camino, así que recibí una licencia temporal impresa en papel y se suponía que debía esperar hasta que me llegara la auténtica de plástico por correo postal. Pero no llegó. Y cuando quedó claro que se había perdido durante el envío, no quisimos dejar que esto nos detuviera. Así que nos arriesgamos y volamos a través de la frontera con una licencia temporal.

Ya en territorio canadiense, esperamos nerviosos a los agentes. Pero no vinieron. Nos tomó un tiempo entender que éramos nosotros que teníamos que llamarlos desde la cabina de teléfono de al lado para anunciar nuestra visita. Con esto tuvieron suficiente y entramos oficialmente a Canadá. Un par de días de vuelo más largos nos llevaron a Pemberton, en Columbia Británica, a ver a un amigo. Y pronto tuvimos varios amigos. Llenamos nuestros días con senderismo y parapente y nuestros corazones con sensaciones extraordinarias. Fue difícil irse, pero nuestro viaje sigue. Y eso nos llevó de regreso a los Estados Unidos, al estado de Washington y a Idaho.

Allí, la vida en avión era fácil porque teníamos muchas oportunidades para aterrizar, repostar, acampar y comprar comida. El tiempo estuvo de nuestra parte. Nos encontramos a Gavin McClurg, un compañero de las dos últimas X-Alps, y volamos juntos a 5.500 m con el parapente. Otro punto importante de este viaje. Después de ver impresionantes cañones en Utah, desiertos de sal y una hermosa luna llena, estuvimos en Telluride, Colorado, en medio de las Montañas Rocosas.
Subimos a Wilson Peak, de 4.274 m de altura, que fue el primer pico de cuatro mil metros de Magdalena. El ascenso fue agotador, pero valió la pena. La experiencia de subir juntos una cumbre tan hermosa despertó grandes sensaciones en ambos. Sin duda, viajar juntos así nos ha unido como pareja. Las bonitas horas que hemos compartido y las dificultades que hemos encontrado nos han hecho crecer.

Después de Colorado, nos dirigimos hacia el mar. Por Nevada y en dirección a California, donde nos esperaba la siguiente montaña: el monte Agassiz, de 4.236 metros, en la Sierra Nevada. Fue una elección de Magdalena y no fue una tarea fácil. La noche anterior había nevado y las grandes rocas estaban blancas como el azúcar y resbaladizas. Fue más agotador de lo que habíamos imaginado. Pero una vez más, la sensación de éxito nos recompensó.

Para mí, las montañas sirven para relajarse y compensar las horas de vuelo y, sobre todo, la planificación de estos vuelos. Cada hora de vuelo requiere una hora de planificación. ¿Qué aeródromo debemos tomar en la ruta? ¿Qué espacios aéreos debemos tener en cuenta? ¿Hay combustible allí? ¿El clima es adecuado para volar? ¿Las montañas son demasiado altas para sobrevolarlas? ¿Existe la posibilidad de iniciar un vuelo con parapente allí? ¿Puedo llegar al punto de partida a pie? Esta es una cuestión importante cuando viajas en un avión de hélice. Y cuando hace calor, el motor pierde potencia. Y en el seco verano occidental hace mucho calor; cada día la temperatura llegaba a los 40 grados. Todo esto es mi responsabilidad y no siempre es fácil de asumir.

Y ahora me encuentro aquí sentado, en la terraza de nuestra hermosa casita en México mientras veo mi avión a 100 m de distancia en la pista de aterrizaje de color verde intenso y tengo la sensación de haber logrado algo. Volar desde Alaska hasta aquí me hace sentir un poco orgulloso. Y cuando pienso que mañana seguimos adelante y que cada día nos acercamos un poquito más a nuestro destino, Ushuaia, no puedo esperar para vivir todas las aventuras que todavía están por venir. Estaremos de viaje durante 3 meses más y, cuando lleguemos, ya no seremos los mismos. Y de eso trata este viaje, de ampliar nuestros horizontes, cruzar fronteras y celebrar la vida.

AARON DUROGATI - ARNAUD COTTET - ERIC GIRARDINI

WHY NOT?

There was a time in which snow was fundamental, here. It was a dream: if there was no snow, everything was missing.

Throughout the November nights, which became increasingly longer, children huddled up in the stables, enjoying old tales and the heat coming from the animals.

But their thoughts, their dreams, their wishes, flew away, far away, towards those clear clouds: the first snow flake was an event.

Then it was simply a matter of waiting, and in just a short while it would be time for skiing. Skiing, well let’s not exaggerate. It was more a matter of collecting a couple of decent wooden slates from a broken barrel, hammer something onto them and even if unlikely, could hold one’s feet (old slippers secretly stolen from an aunt were perfect, for example), and then off they went. There were no ski lifts here. There were no helicopters, and no snow mobiles. There was just about nothing. That, and these incredible mountains.

On foot, you would climb up one of the slopes above the village. The mountains were an outline: too steep, too dangerous, too far away. And then you would slide down, some way or another, the best would even make turns. Down, then up again, with their breath icing up on their woollen scarves and their clothes encrusted with snow, then down again, until they had any breath left.

Many were happy enough like that. Many, but not everyone, because there is always someone who looks where others cannot see. Someone asked themselves what it would feel like to ski there, down those steep mountains, down those narrow couloirs. Crazy.

Arnaud, Aaron and Eric climb up quickly. The couloir opens up: not long to go, then it will be time to traverse over to the left, taking skis off and pulling out the ice axe and crampons. It will be then time to follow the narrow ridge to the peak, feeling the void all around like a deafening presence.

But their thoughts, their dreams, their wishes, flew away, far away, towards those clear clouds: the first snow flake was an event.

Then it was simply a matter of waiting, and in just a short while it would be time for skiing. Skiing, well let’s not exaggerate. It was more a matter of collecting a couple of decent wooden slates from a broken barrel, hammer something onto them and even if unlikely, could hold one’s feet (old slippers secretly stolen from an aunt were perfect, for example), and then off they went. There were no ski lifts here. There were no helicopters, and no snow mobiles. There was just about nothing. That, and these incredible mountains.

On foot, you would climb up one of the slopes above the village. The mountains were an outline: too steep, too dangerous, too far away. And then you would slide down, some way or another, the best would even make turns. Down, then up again, with their breath icing up on their woollen scarves and their clothes encrusted with snow, then down again, until they had any breath left.

Many were happy enough like that. Many, but not everyone, because there is always someone who looks where others cannot see. Someone asked themselves what it would feel like to ski there, down those steep mountains, down those narrow couloirs. Crazy.

Arnaud, Aaron and Eric climb up quickly. The couloir opens up: not long to go, then it will be time to traverse over to the left, taking skis off and pulling out the ice axe and crampons. It will be then time to follow the narrow ridge to the peak, feeling the void all around like a deafening presence.

Me encuentro aquí sentado, en la terraza de nuestra casita en Cuixmala. Durante el vuelo, cuyo destino previsto era la ciudad vecina, recibí una invitación por SMS para venir aquí, a uno de los hoteles más hermosos de México. El mar azul turquesa frente a mí, y el avión justo delante de la puerta. Hace una tarde calurosa. Rodeado de palmeras, árboles, flores y otras plantas, solo escucho el silencio, nada más. Una brisa sopla desde la puerta detrás de mi. Es el ventilador de la habitación, que gira rápido pero en silencio, no como el de la habitación de ayer, que hacía un ruido martilleante sin apenas soltar aire.
Ayer no me habría imaginado que hoy estaría aquí. Estuve en una diminuta habitación de hotel, vieja y deteriorada, llamada Suite y ubicada en una playa donde en lugar de personas solo había basura. Salimos por la mañana temprano. Habíamos pedido un taxi la noche anterior, que nunca llegó, así que en su lugar el único trabajador del hotel nos llevó hasta un amarradero. Desde allí, navegamos al otro lado de un canal y luego fuimos hasta una parada de taxis donde, de nuevo, no pudimos encontrar ninguno. Pero una buena mujer nos acogió en su coche y adivinó por nuestro equipaje que intentábamos llegar al aeropuerto. Después de una burocracia muy breve, a causa de las normas mexicanas, finalmente nos sentamos en el avión, con suficiente combustible en los depósitos para nuestro próximo destino.

Los últimos tres días volamos lo más lejos posible para llegar aquí en algún momento y tomar un descanso de tres días antes de continuar en dirección al sur, en dirección a la Patagonia.

Ahora ya hace más de 90 días que mi esposa Magdalena y yo estamos en camino con nuestro avión de la vieja escuela, un Piper Supercub del año 1963. Un clásico bien conocido en mundo del vuelo. En realidad, es un avión de monte excelente para estar en Alaska, pero menos adecuado para recorrer grandes distancias. Volamos a una velocidad máxima de 130 km/h. No vamos más rápido que un coche, pero lo hacemos en línea recta y sin atascos. En teoría, podemos aterrizar en casi cualquier lugar donde exista una superfície plana de 100 m de largo. Sin embargo, en México no está permitido hacerlo. El tráfico aéreo está estrictamente regulado. Debido al tráfico de drogas, solo está permitido volar a aeródromos explícitos. Es por eso que hoy llevamos combustible en nuestros depósitos adicionales. Queremos evitar las escalas innecesarias, ya que cuestan mucho tiempo y son un riesgo. Un avión como el nuestro es ideal para alguien que quiere hacer contrabando y muy solicitado para ello.

Hasta ahora, durante el viaje hemos escuchado muchas historias de terror sobre México, en especial de estadounidenses que probablemente nunca se han atrevido a cruzar la frontera. Pero nosotros no nos lo creemos todo y preferimos sacarnos una foto para dar constancia de algo. Hasta ahora nos hemos encontrado con gente amable en todas partes.

Cuando nos marchamos de Alaska a mediados de junio y volamos hacia Barrow, el punto más al norte de los Estados Unidos, para volar desde allí hasta el sur, parecía casi imposible poder llegar a México. E incluso ahora, desde aquí, el trayecto hasta Ushuaia, el punto más al sur de América del Sur, parece interminable. Nuestras alas ya nos han llevado por más de 10.000 km y todavía nos quedan al menos 10.000 más. Los lugares, las cosas y las personas que he visto en los últimos tres meses han sido tan fascinantes que podrían bastar para toda una vida.

En Barrow nos detuvimos junto al mar y el agua estaba congelada, el sol no se ponía durante la noche y, un día después, encontré las dunas de arena perfectas para hacer parapente a la luz del sol, a la 1 de la madrugada.

Exploramos una vieja mina de oro abandonada desde la década de los sesenta. La gente lo había dejado todo atrás, ya que la mudanza habría salido cara y solo habría sido posible en avión. No hay carreteras alrededor, así que el lugar se ha convertido en un museo perfecto. Un lugar donde el tiempo se detiene.
Los mosquitos se nos comieron y los osos nos perdonaron la vida. Vimos los ríos, glaciares, montañas y lagos más hermosos. Aterrizamos en lugares mágicos y remotos a los que solo un avión de monte puede llevarte y sentimos la naturaleza en su forma mas pura.

Hicimos nuevos amigos y nos enamoramos de un lugar llamado McCarthy. Todo esto todavía estaba en Alaska. La primera frontera que cruzamos fue la de Canadá. De entre todos los papeles que se tienen que llevar para poder volar internacionalmente con tu propio avión, nos faltaba mi licencia de piloto en formato de tarjeta de crédito. Mi licencia de piloto comercial americana había cadudaco dos meses antes de ponernos en camino, así que recibí una licencia temporal impresa en papel y se suponía que debía esperar hasta que me llegara la auténtica de plástico por correo postal. Pero no llegó. Y cuando quedó claro que se había perdido durante el envío, no quisimos dejar que esto nos detuviera. Así que nos arriesgamos y volamos a través de la frontera con una licencia temporal.

Ya en territorio canadiense, esperamos nerviosos a los agentes. Pero no vinieron. Nos tomó un tiempo entender que éramos nosotros que teníamos que llamarlos desde la cabina de teléfono de al lado para anunciar nuestra visita. Con esto tuvieron suficiente y entramos oficialmente a Canadá. Un par de días de vuelo más largos nos llevaron a Pemberton, en Columbia Británica, a ver a un amigo. Y pronto tuvimos varios amigos. Llenamos nuestros días con senderismo y parapente y nuestros corazones con sensaciones extraordinarias. Fue difícil irse, pero nuestro viaje sigue. Y eso nos llevó de regreso a los Estados Unidos, al estado de Washington y a Idaho.

Allí, la vida en avión era fácil porque teníamos muchas oportunidades para aterrizar, repostar, acampar y comprar comida. El tiempo estuvo de nuestra parte. Nos encontramos a Gavin McClurg, un compañero de las dos últimas X-Alps, y volamos juntos a 5.500 m con el parapente. Otro punto importante de este viaje. Después de ver impresionantes cañones en Utah, desiertos de sal y una hermosa luna llena, estuvimos en Telluride, Colorado, en medio de las Montañas Rocosas.
Subimos a Wilson Peak, de 4.274 m de altura, que fue el primer pico de cuatro mil metros de Magdalena. El ascenso fue agotador, pero valió la pena. La experiencia de subir juntos una cumbre tan hermosa despertó grandes sensaciones en ambos. Sin duda, viajar juntos así nos ha unido como pareja. Las bonitas horas que hemos compartido y las dificultades que hemos encontrado nos han hecho crecer.

Después de Colorado, nos dirigimos hacia el mar. Por Nevada y en dirección a California, donde nos esperaba la siguiente montaña: el monte Agassiz, de 4.236 metros, en la Sierra Nevada. Fue una elección de Magdalena y no fue una tarea fácil. La noche anterior había nevado y las grandes rocas estaban blancas como el azúcar y resbaladizas. Fue más agotador de lo que habíamos imaginado. Pero una vez más, la sensación de éxito nos recompensó.

Para mí, las montañas sirven para relajarse y compensar las horas de vuelo y, sobre todo, la planificación de estos vuelos. Cada hora de vuelo requiere una hora de planificación. ¿Qué aeródromo debemos tomar en la ruta? ¿Qué espacios aéreos debemos tener en cuenta? ¿Hay combustible allí? ¿El clima es adecuado para volar? ¿Las montañas son demasiado altas para sobrevolarlas? ¿Existe la posibilidad de iniciar un vuelo con parapente allí? ¿Puedo llegar al punto de partida a pie? Esta es una cuestión importante cuando viajas en un avión de hélice. Y cuando hace calor, el motor pierde potencia. Y en el seco verano occidental hace mucho calor; cada día la temperatura llegaba a los 40 grados. Todo esto es mi responsabilidad y no siempre es fácil de asumir.

Y ahora me encuentro aquí sentado, en la terraza de nuestra hermosa casita en México mientras veo mi avión a 100 m de distancia en la pista de aterrizaje de color verde intenso y tengo la sensación de haber logrado algo. Volar desde Alaska hasta aquí me hace sentir un poco orgulloso. Y cuando pienso que mañana seguimos adelante y que cada día nos acercamos un poquito más a nuestro destino, Ushuaia, no puedo esperar para vivir todas las aventuras que todavía están por venir. Estaremos de viaje durante 3 meses más y, cuando lleguemos, ya no seremos los mismos. Y de eso trata este viaje, de ampliar nuestros horizontes, cruzar fronteras y celebrar la vida.