"Sí, sé montar en bici. Si tienes en mente lo que creo, Simon, te digo que es difícil pero no imposible. No somos ciclistas, pero creo que podemos hacerlo". Simon sigue bajando. Cuando vuelve a hablar, en su mirada hay un brillo especial. "Sí, Vitto. Estaba pensando en recorrer la distancia entre las caras norte en bici. La verdad es que podríamos conseguirlo..." sugiere. "De hecho, podríamos añadir un tercer pico. Estaba pensando en la montaña de tu región, el Grossglockner. Llevará tiempo, porque la distancia es mucho mayor y el ascenso al Grossglockner no es precisamente rápido. Pero creo que se puede hacer en un par de días".

Son necesarios ocho meses para prepararse para un reto así. Tienes que entrenar las piernas y la respiración para adaptarte a la bici. Pero sobre todo tienes que entrenar la mente. Pasar cuarenta y ocho horas sin dormir es factible. Agotador, pero no imposible. Estar despierto y con la mente alerta durante dos días seguidos realizando actividades de tal intensidad es otra historia. Ese es, precisamente, el límite que se debe perseguir.

En el Ortles está nevando tanto que es fácil perderse. Simon y Vitto se encuentran en algún punto debajo de la primera pared de hielo que cierra el largo corredor. Ya no se ven sus frontales y ni siquiera su sistema de seguimiento por GPS parece estar muy seguro de dónde están. Faltan unas horas para la medianoche y acaban de ponerse en marcha, pero la situación ya parece difícil. Aún les queda mucha energía, pero la intensidad de la tormenta da miedo y parece del tipo que te hace abandonar y volver a casa a la menor oportunidad. Simon y Vitto lo meditan pegados a la pared para que el viento no se lleve sus palabras. Han tomado una decisión: media hora. Si en media hora la situación no mejora, se volverán a toda prisa, porque un buen alpinista es el que llega a viejo, especialmente si tiene hijos que dependen de él.

AARON DUROGATI - ARNAUD COTTET - ERIC GIRARDINI

WHY NOT?

There was a time in which snow was fundamental, here. It was a dream: if there was no snow, everything was missing.

No para de nevar. Pero la tormenta amaina lo suficiente como para dejarles ver dónde están y adónde quieren ir. Simon y Vitto continúan subiendo por la pared de hielo con rapidez y precisión. Es medianoche cuando llegan a la cima. La bajada parece un sueño. Primero con los esquís, sobre un manto de nieve fresca y ligera que pocos han tenido el privilegio de disfrutar a finales de mayo. Luego a pie, atravesando el atronador silencio del bosque, una curva tras otra. Por último, llega el momento de coger las bicis, sin tiempo que perder.

Los tonos rosáceos del amanecer les dan la bienvenida a Castelbello, en el Valle Venosta, y antes de las ocho están ya en Bolzano, con el tiempo justo para tomarse un cruasán y un par de cafés antes de volver a subirse a los sillines en dirección al Valle Pusteria. El camino ahora es cuesta arriba y el sol pega fuerte, por lo que el paseo es de todo menos relajante. Cuando llegan a Dobbiaco, el cielo está cubierto de nuevo, y Simon y Vitto pueden descansar del calor. Cae una gota, después otra y empieza a llover a mares. Es algo frecuente en los Dolomitas; chubascos que no solo te dejan hecho una sopa, sino que caen con tanta fuerza que parece que te están echando cubos de agua encima. Los dos compañeros continúan pedaleando, estoicos pese al cansancio.

Llegar a Misurina no es un camino de rosas, pero el verdadero desafío aún está por llegar: el camino que sube hasta los Tre Cime. Casi cinco kilómetros, 473 metros de subida vertical, con una pendiente media del 10 %: una subida corta que, si por sí sola es extenuante, con cientos de kilómetros y la subida al Ortles en las piernas, resulta ya despiadada.

Los Tre Cime no son montañas. Su figura elegante, solitaria e imponente es sobre todo un símbolo, y solo tocar su roca despierta un sinfín de emociones. Simon y Vitto dejan las bicis y se dirigen al inicio de la Comici-Dimai en Cima Grande. Todo parece ir bien, pero ha comenzado otra vez a llover. La ruta está anegada. Por las mangas de los escaladores lo que se cuelan no son gotas, sino auténticos ríos de agua helada. La situación es desesperante pero hacen falta tres largos para que alguien se atreva a abrir la boca. Al final es Vitto quien pregunta: «¿De verdad quieres subir, Simon?». La lluvia le responde aumentando su intensidad.

Simon y Vitto se miran. Abandonar nunca es fácil, especialmente después de un esfuerzo tan grande, tras meses de entrenamiento, y no precisamente por el qué dirán. Dejarlo es difícil porque dice algo sobre ti y puede que sea algo que no quieres oír. Pero el buen alpinista es el que llega a viejo, así que haciendo rapel los dos alcanzan la base. Mientras se abren paso entre los sedimentos con un peso más grande en su conciencia que en sus piernas, la montaña les ofrece una solución: la ruta Spigolo Giallo, otra de las rutas de Emilio Comici en Cima Piccola. Despunta entre una densa nube y parece tener unas mejores condiciones.

Tardan solo un instante en atarse de nuevo y ponerse en marcha. Llegar a la cima, sin embargo, se cobra un duro peaje en tiempo y cansancio. Lo logran a las 9 de la noche, 26 horas después del inicio: el «récord» de 1991 sigue sin batirse. Pero la vida es larga y se puede volver a intentar. Simon y Vitto bajan despacio, en rapel primero y luego a través de los sedimentos. En la base les esperan las bicis. Ha llegado el momento de ponerse en marcha, con rapidez y con el viento cortándoles la cara. Cruzan la frontera como en un sueño, solos, con el único acompañamiento del ruido de los pedales y su respiración. A lo largo de los 117 kilómetros que les separan de Grossglockner, Simon cierra un ojo de vez en cuando, como los cetáceos que para dormir desconectan solo la mitad del cerebro.

La subida es difusa y celestial, como un sueño. Las morrenas y los pequeños lagos de agua derretida pasan a su lado como si los vieran desde un tren en marcha. Para entonces «cansancio» es solo el nombre de algo con lo que lidiarán en otro momento, cuando todo termine. Simon y Vitto son dos figuras oscuras en un mar de blanco glacial que dejan un rastro en la nieve en polvo con pisadas lentas y profundas en dirección a Mayerlrampe. Alcanzar la cima se parece a la apnea, algo más que compartes con alguien que ha sufrido y disfrutado del peso del esfuerzo contigo. Porque al final en eso consiste la vida y la mente humana: la satisfacción dura solo si es difícil de alcanzar.

Simon y Vitto no hablan mientras bajan hacia la línea de meta, después de casi cuarenta y cinco horas de actividad. Ya habrá tiempo para hablar, para compartir lo que sienten e incluso para planear algo nuevo. Ahora solo pueden sentir: el alpinismo está a la vuelta de la esquina, justo donde se pierde el ruido de la gente. Todo lo que tienes que hacer es recordarlo y, a veces, para dar un paso adelante tienes que retroceder. Al final, no fue el North3, pero qué más da. Ha sido precioso y eso es lo que importa.

Han llegado. Simon salta encantado, se echa a reír y abraza a Vittorio. Se ha puesto a llover otra vez, pero no importa. Hay champán, familia y amigos.

NORTH 3

«Vitto, ¿sabes montar en bici?», pregunta Simon expectante.

Vittorio se detiene. La pregunta no es inapropiada, pero sí extraña. Prácticamente todo el mundo sabe montar en bici y Simon nunca le haría una pregunta tan obvia sin un motivo claro. Los dos se conocen bastante bien y Vitto sabe que Simon lleva un tiempo planeando algo extraordinario, probando los límites de la resistencia. Bajo los últimos rayos de sol del día, Vittorio tarda solo un instante en entender a lo que se refiere su compañero. No cabe duda. Hans Kammerlander y Hans-Peter Eisendle, 1991, la subida del Ortles y la Grande de Lavaredo con los medios justos y en bici. Tardaron veinticuatro horas y recorrieron 246 kilómetros para subir dos de las caras norte más bonitas de los Alpes. En su día la gesta causó una profunda impresión; de hecho, se vio como una nueva manera de entender el alpinismo, de manera transgresora y sostenible.

« Sí, sé montar en bici. Si tienes en mente lo que creo, Simon, te digo que es difícil pero no imposible. No somos ciclistas, pero creo que podemos hacerlo». Simon sigue bajando. Cuando vuelve a hablar, en su mirada hay un brillo especial. «Sí, Vitto. Estaba pensando en recorrer la distancia entre las caras norte en bici. La verdad es que podríamos conseguirlo...» sugiere. «De hecho, podríamos añadir un tercer pico. Estaba pensando en la montaña de tu región, el Grossglockner. Llevará tiempo, porque la distancia es mucho mayor y el ascenso al Grossglockner no es precisamente rápido. Pero creo que se puede hacer en un par de días».

Son necesarios ocho meses para prepararse para un reto así. Tienes que entrenar las piernas y la respiración para adaptarte a la bici. Pero sobre todo tienes que entrenar la mente. Pasar cuarenta y ocho horas sin dormir es factible. Agotador, pero no imposible. Estar despierto y con la mente alerta durante dos días seguidos realizando actividades de tal intensidad es otra historia. Ese es, precisamente, el límite que se debe perseguir.

En el Ortles está nevando tanto que es fácil perderse. Simon y Vitto se encuentran en algún punto debajo de la primera pared de hielo que cierra el largo corredor. Ya no se ven sus frontales y ni siquiera su sistema de seguimiento por GPS parece estar muy seguro de dónde están. Faltan unas horas para la medianoche y acaban de ponerse en marcha, pero la situación ya parece difícil. Aún les queda mucha energía, pero la intensidad de la tormenta da miedo y parece del tipo que te hace abandonar y volver a casa a la menor oportunidad.

Simon y Vitto lo meditan pegados a la pared para que el viento no se lleve sus palabras. Han tomado una decisión: media hora. Si en media hora la situación no mejora, se volverán a toda prisa, porque un buen alpinista es el que llega a viejo, especialmente si tiene hijos que dependen de él. No para de nevar. Pero la tormenta amaina lo suficiente como para dejarles ver dónde están y adónde quieren ir. Simon y Vitto continúan subiendo por la pared de hielo con rapidez y precisión. Es medianoche cuando llegan a la cima.

La bajada parece un sueño. Primero con los esquís, sobre un manto de nieve fresca y ligera que pocos han tenido el privilegio de disfrutar a finales de mayo. Luego a pie, atravesando el atronador silencio del bosque, una curva tras otra. Por último, llega el momento de coger las bicis, sin tiempo que perder.

Los tonos rosáceos del amanecer les dan la bienvenida a Castelbello, en el Valle Venosta, y antes de las ocho están ya en Bolzano, con el tiempo justo para tomarse un cruasán y un par de cafés antes de volver a subirse a los sillines en dirección al Valle Pusteria. El camino ahora es cuesta arriba y el sol pega fuerte, por lo que el paseo es de todo menos relajante. Cuando llegan a Dobbiaco, el cielo está cubierto de nuevo, y Simon y Vitto pueden descansar del calor. Cae una gota, después otra y empieza a llover a mares. Es algo frecuente en los Dolomitas; chubascos que no solo te dejan hecho una sopa, sino que caen con tanta fuerza que parece que te están echando cubos de agua encima. Los dos compañeros continúan pedaleando, estoicos pese al cansancio.

Llegar a Misurina no es un camino de rosas, pero el verdadero desafío aún está por llegar: el camino que sube hasta los Tre Cime. Casi cinco kilómetros, 473 metros de subida vertical, con una pendiente media del 10 %: una subida corta que, si por sí sola es extenuante, con cientos de kilómetros y la subida al Ortles en las piernas, resulta ya despiadada.

Los Tre Cime no son montañas. Su figura elegante, solitaria e imponente es sobre todo un símbolo, y solo tocar su roca despierta un sinfín de emociones. Simon y Vitto dejan las bicis y se dirigen al inicio de la Comici-Dimai en Cima Grande. Todo parece ir bien, pero ha comenzado otra vez a llover. La ruta está anegada. Por las mangas de los escaladores lo que se cuelan no son gotas, sino auténticos ríos de agua helada. La situación es desesperante pero hacen falta tres largos para que alguien se atreva a abrir la boca. Al final es Vitto quien pregunta: «¿De verdad quieres subir, Simon?». La lluvia le responde aumentando su intensidad.

Simon y Vitto se miran. Abandonar nunca es fácil, especialmente después de un esfuerzo tan grande, tras meses de entrenamiento, y no precisamente por el qué dirán. Dejarlo es difícil porque dice algo sobre ti y puede que sea algo que no quieres oír. Pero el buen alpinista es el que llega a viejo, así que haciendo rapel los dos alcanzan la base. Mientras se abren paso entre los sedimentos con un peso más grande en su conciencia que en sus piernas, la montaña les ofrece una solución: la ruta Spigolo Giallo, otra de las rutas de Emilio Comici en Cima Piccola. Despunta entre una densa nube y parece tener unas mejores condiciones.

Tardan solo un instante en atarse de nuevo y ponerse en marcha. Llegar a la cima, sin embargo, se cobra un duro peaje en tiempo y cansancio. Lo logran a las 9 de la noche, 26 horas después del inicio: el «récord» de 1991 sigue sin batirse. Pero la vida es larga y se puede volver a intentar. Simon y Vitto bajan despacio, en rapel primero y luego a través de los sedimentos. En la base les esperan las bicis. Ha llegado el momento de ponerse en marcha, con rapidez y con el viento cortándoles la cara. Cruzan la frontera como en un sueño, solos, con el único acompañamiento del ruido de los pedales y su respiración. A lo largo de los 117 kilómetros que les separan de Grossglockner, Simon cierra un ojo de vez en cuando, como los cetáceos que para dormir desconectan solo la mitad del cerebro.

La subida es difusa y celestial, como un sueño. Las morrenas y los pequeños lagos de agua derretida pasan a su lado como si los vieran desde un tren en marcha. Para entonces «cansancio» es solo el nombre de algo con lo que lidiarán en otro momento, cuando todo termine. Simon y Vitto son dos figuras oscuras en un mar de blanco glacial que dejan un rastro en la nieve en polvo con pisadas lentas y profundas en dirección a Mayerlrampe.

Alcanzar la cima se parece a la apnea, algo más que compartes con alguien que ha sufrido y disfrutado del peso del esfuerzo contigo. Porque al final en eso consiste la vida y la mente humana: la satisfacción dura solo si es difícil de alcanzar.

Simon y Vitto no hablan mientras bajan hacia la línea de meta, después de casi cuarenta y cinco horas de actividad. Ya habrá tiempo para hablar, para compartir lo que sienten e incluso para planear algo nuevo. Ahora solo pueden sentir: el alpinismo está a la vuelta de la esquina, justo donde se pierde el ruido de la gente. Todo lo que tienes que hacer es recordarlo y, a veces, para dar un paso adelante tienes que retroceder. Al final, no fue el North3, pero qué más da. Ha sido precioso y eso es lo que importa.

Han llegado. Simon salta encantado, se echa a reír y abraza a Vittorio. Se ha puesto a llover otra vez, pero no importa. Hay champán, familia y amigos.