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GET VERTICAL: MONTAÑAS QUE UNEN

#SALEWAGETVERTICAL

Saco las botas de la mochila y me encuentro una piedrecita encajada en la suela. Mi instinto es guardarla. «Quédatela de recuerdo», como diría mi abuela. Pero lo cierto es que para recordar la experiencia que acabo de vivir no necesito ningún souvenir. Incluso las fotos resultan casi superfluas (solo casi). Escribo estas líneas en caliente, un día después de regresar de Obergurgl, el pequeño pueblo que, además de tener un nombre impronunciable, es el más alto de Austria y se encuentra encajado en la parte meridional de Ötztal (que da nombre a Ötzi, la famosa momia de Similaun).

Salewa me ha invitado al concurso GetVertical, junto con un grupo de personas procedentes de toda Europa. Emilia y Asia vuelan desde Polonia, Alexandru llega en coche desde Rumanía, Carmen desde Austria, Philip viene de Alemania con una desafortunada sucesión de vuelos que no le permite unirse a nosotros hasta el final del segundo día... Y también están Tobias, Flo, Simon, Sara, Bettina, y Pascal.

«¿Por qué estamos aquí?», nos pregunta Simon, nuestro anfitrión de Salewa, mientras recorremos el sendero que lleva al refugio. «To get vertical» hubiera sido una respuesta demasiado obvia. Lo correcto es decir: «We’re here to celebrate the mountains», lo que se podría traducir fácilmente como «para celebrar las montañas», con ese literal «celebrar» que contiene un toque solemne extra tan acorde con el majestuoso ambiente que nos rodea. Es justo lo que haremos a lo largo de estos cuatro días: celebrar las montañas a través de largas caminatas de acercamiento, ascensos a glaciares, escaladas o, por usar un término más técnico, «ataques» a las rocas de este valle que a menudo resultan inestables y requieren un paso firme pero ligero. También contamos con tres guías alpinos indispensables: Gabriel, Manfred y Vitus nos acompañarán en las aventuras que nos esperan estos tres días.

Nuestro campo base para las dos primeras jornadas será el acogedor refugio Langtalereckhütte, a 2.450 metros de altura, situado en la entrada de un larguísimo valle de origen glaciar. Los guías nos dividen en pequeños grupos y el primer día decido unirme a la excursión más larga (necesito una meta, ¿no?): la cima del Hohe Wilde (3.480 m). Somos cuatro los afortunados que seguimos a Manfred, nuestro guía, a quien tanto tengo que agradecer toda la ayuda que me ha brindado a lo largo de esta preciosa aventura. Que quede claro: no soy alpinista. El vacío me aterrorizado durante años pero, pese a ello, las montañas me siguen atrayendo incesantemente. El Hohe Wilde, con su perfil recortado en la lejanía, me ha parecido de pronto inalcanzable. Pero como nada resulta inalcanzable si sigues caminando, después de más de 5 km de caminata, nos ponemos los crampones para atravesar el glaciar que nos separa del punto desde el que atacar la cima, con una pequeña via ferrata que lleva a la cumbre. Con la ayuda de Manfred, todo un experto en el arte de lograr que me tranquilice, consigo superar hasta los tramos más expuestos. A veces mi mente me recuerda: «Aquí deberías estar aterrorizada», pero Manfred no deja de repetirme, con una calma total: «I am sure you can do it, nothing can happen». 5 horas de ascenso después llegamos a la cima, desde donde mando saludos cariñosos a mi zona de confort. Pero la cima, como todos sabemos, es solo la mitad del viaje: la vuelta será igual de emocionante, con una caída sobre otro glaciar con una escarpada pared, seguida de un recorrido saltando grietas y atravesando puentes de nieve.

El segundo grupo también está ocupado con una subida muy parecida a la nuestra, hasta la cima del Mittlerer Seelenkogel, atravesando glaciares y escalando paredes. No queda duda de que nos hemos ganado la cerveza del final. Aunque hablar del final es muy precipitado: no hemos hecho más que comenzar. La noche será inolvidable: Salewa nos proporciona sacos de pelo y de vivac, encendemos una hoguera en un claro cercano al refugio y el cielo, limpio y estrellado, se convierte en el protagonista absoluto de una noche que pasa volando.

Los primeros despertadores suenan antes de la llegada del alba. Hoy uno de los grupos se enfrentará a una complicada via ferrata, mientras que el otro se dirigirá a la cima del Schalfkogel (3.540 m). Me uno a este último grupo, pese a que el cansancio del día anterior hace mella (demasiada, para lo que estoy acostumbrada). Atravesamos el glaciar y comenzamos a escalar unas rocas de fácil ascenso. Las vistas son impresionantes: a nuestros pies se extiende un mar de hielo y a lo lejos vemos el Hohe Wilde. Aquí el terreno es más delicado y hay que tener cuidado para no tirar piedras sobre otras cordadas. Al poco rato se hace evidente que tanto Emilia como yo vamos demasiado lentas para el resto del grupo y, dado que las previsiones para la tarde no están muy claras, Vitus nos propone llegar al Romolhaus, el refugio situado a 3.006 metros de altura donde pasaremos la noche, que se encuentra más cerca. Es una pena perderse la cima, pero llegar al refugio supondrá también una bonita caminata: atravesamos la base del glaciar entre vados, pedregales, ligeros restos de «sendero» (énfasis en las comillas) y pequeños ventisqueros. Nos detenemos a admirar el increíble panorama frente a un pequeño lago y una refrescante cascada antes de volver al sendero que nos lleva hasta el Romolhaus. Allí nos reunimos con el resto del grupo que ha completado la via ferrata y, gracias al interesante surtido de tartas del refugio, no nos faltará de nada. Por la tarde hay tiempo para conversar, compartir intereses y descubrir que las montañas son siempre un factor capaz de unir a las personas, sin importar lo diferentes que sean las historias de cada uno de nosotros.

La mañana siguiente, con calma, nos preparamos para regresar a Obergurgl. El sendero baja desde el refugio de manera gradual, como si quisiera que nos habituáramos poco a poco a abandonar el reino de las alturas. Atravesamos los antiguos prados del valle mientras sobre nuestras cabezas vuelan dos águilas. Una madre y su cría, ¿tal vez? Es el último espectáculo que nos regala esta preciosa aventura. Me considero una auténtica privilegiada por haber formado parte de este grupo y haber compartido esta increíble experiencia. Gracias a todos y, en especial, a los guías Salewa, que no podrían haber encontrado un modo mejor para transformar su recompensa en una experiencia inolvidable: gracias por estas jornadas de pure mountain.

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