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Viaje de ensueño a Córcega

#SALEWAFACES

Era temprano y la brisa de marzo a las cuatro de la mañana nos recordó que el invierno todavía seguía haciendo de las suyas. Quedamos en el aeropuerto de Bolzano para tomar un avión en el que cabían cuatro personas, tan pequeño que el peso de una maleta de más hizo que la cola venciese. Los tres, que viajábamos para echarle un vistazo al lugar donde podríamos organizar el viaje de empresa de Oberalp, nos sentamos al principio en silencio, contemplando los Dolomitas que nos rodeaban desde la perspectiva única que brinda un avión pequeño. Yo, el extranjero que se había asentado hacía poco en el Tirol del Sur, no pude evitar quedarme boquiabierto con la belleza austera de estas increíbles montañas. Claro que tampoco tenía ni idea de que en apenas tres horas estaríamos aterrizando en un paraíso de otro calibre: la costa norte de Córcega.

El lugar elegido para el viaje de empresa de Oberalp era idílico y perfecto. La mezcla entre la cultura tradicional y la francesa se aprecia por todas partes, desde la arquitectura hasta la comida. La amplia costa esconde algunas de las playas más bonitas de la isla, que compartimos con el ganado. ¡Las vacas y los jabalíes que habitan aquel paraíso posiblemente sean algunos de los animales con más suerte del mundo! Decidimos acampar cerca de la playa de Sallecia, donde disfrutaríamos de algunas actividades organizadas (escalada, senderismo, paddle surf, vóley-playa, etc.), comida y bebida local, y la total libertad para encontrar la manera perfecta de relajarnos y entretenernos a nuestras anchas.

La aventura comenzó con un aire sereno e íntimo que fue impregnándose poco a poco de la mágica paz de aquel lugar. Mientras nos preparábamos para la llegada de 250 compañeros, repartidos en dos grupos con estancias de cinco días cada uno, nosotros —los organizadores— sabíamos que la fiesta estaba a punto de empezar. Preparar el campamento base de Salewa no fue tarea fácil: resulta que para que tres personas monten más de 60 tiendas en un día hay que trabajar a destajo. Y no nos olvidemos de que encontrar toda la cerveza necesaria para abastecer a un grupo de esas dimensiones y arrasar con todas las reservas de Córcega también nos supuso un reto.

Aquello no tardó en convertirse en una fiesta con la llegada de los compañeros, que habían emprendido con valentía el trayecto en autocares, ferris y más autocares y ferris, hasta llegar tras una larga caminata hasta Sallecia. Ese largo viaje era el precio que había que pagar para disfrutar de un paraíso privado. En cuestión de unas pocas horas, amenizadas con algo de beber, los colegas de oficinas, orígenes y funciones distintas empezaron a hacer migas con más facilidad de lo que habíamos esperado. Este concepto a lo «campamento de verano» fue todo un éxito: mañanas para relajarse o hacer ejercicio, noches para disfrutar de la fiesta y todo el día para socializar.

Para mí, lo mejor de estos días de ensueño fue conocer a tanta gente nueva al mismo tiempo que disfrutaba de algunas de mis actividades favoritas. Cierto es que algunos deportes, como la escalada, el surf y el slackline, tienen sus «tribus» y atraen a personas con personalidades específicas, algo a lo que con el tiempo nos acostumbramos. Pero en Córcega muchos compañeros pudieron descubrir estas actividades o practicarlas con gente de todo tipo. El intercambio que se vivía dentro de estos grupos tan aleatorios fue fantástico, precisamente por su diversidad y su tolerancia, ya que todos estaban allí para relacionarse y desconectar. La sonrisa en la cara de la gente la primera vez que se subían a una tabla de paddle surf o a la cuerda tensa me recordó que todos llevamos un niño dentro.

Por las mañanas participaban en actividades y se relajaban, pero por la noche la cosa cambiaba, los grupos se reunían para deleitarse con buena comida y buen vino, y para echarse unas buenas risas. Después de cenar, los participantes empezaban a acercarse poco a poco a la hoguera para disfrutar del punteo de la guitarra, bailar, contar historias, etc. Esas veladas remataron el evento con un toque muy especial: esa simplicidad de la vida ya olvidada, donde la felicidad no pide más que buena compañía y la naturaleza más pura.

El viaje a Córcega me ha marcado para siempre: no fueron solo un par de semanas para desconectar, sino que encontré esa serenidad que llevaba tiempo buscando. Tras muchos años de nomadismo, creí que lo que estaba buscando era un hogar en la montaña, un lugar muy especial para mí. Pero la experiencia que me ha brindado Córcega me ha hecho ver que lo que de verdad estaba buscando era una familia. De ahí que sienta tal serenidad: en Oberalp no he encontrado solo un hogar en los Dolomitas, sino que puedo decir con total seguridad que me ha adoptado una familia estupenda. Millones de gracias al principio a Stephanie Völser, quien me reclutó para este trabajo de ensueño de organizar el viaje, a los compañeros que han ayudado a hacer de esta experiencia un sueño, y a los amigos de Córcega que tan duro han trabajado para hacerlo realidad (Bruno, Laura, Nico, Ricky, Sarah etc.).

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