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Piotr Kroczak

ALTA VIA

#SALEWAFACES

150 km | 53,5 horas | 8770 m+ | 8510 m-
Ubicación: Tirol del Sur, Italia

Estos sencillos números no son más que eso: números. Son como un espejismo lejano. Una ilusión de una aventura extrema que parece inalcanzable para algunos. Resultan austeros, severos y casi aterradores. Pero no dejan de ser lo que son: números. Algo que podemos dominar. Cuando centramos todos nuestros esfuerzos en el denominador común más pequeño, entonces los podemos dominar. Toda aventura empieza con un primer paso. Al fin y al cabo, todas las aventuras consisten en repetir este sencillo movimiento una y otra vez. Un paso tras otro, decenas de miles de veces, hasta que se convierte en parte de nuestra propia naturaleza, de nuestras necesidades básicas y de nuestros instintos primarios. Beber, comer, dormir, andar. Moviéndonos a contracorriente en esa carrera de locos diaria en la que existimos, pero sin llegar a vivir del todo. Aquí la elección es nuestra. Este recorrido es nuestro. La montaña nos da paso a sus dominios.

Beber, comer, dormir, andar. Si lo piensas, ¿no ha sido esta siempre la verdadera esencia de la humanidad? Desde tiempos inmemoriales, nuestros genes están marcados con la memoria de aquellos nómadas que cruzaban de una tierra a otra para sobrevivir. Andar es una manera de volver a nuestras raíces; de volver a lo básico y fundamental. Tanto la magia de los primeros cuentos como la alquimia del siglo XXI están arraigados en los caminos de la montaña. El hombre moderno —estresado, agotado y a veces en busca de un objetivo inalcanzable— puede convertirse en un transeúnte en este entorno y mirar con serenidad hacia lo lejos. Una mirada que sabe a dónde va y cómo alcanzará su objetivo. Lo de andar está muy bien, ¿pero con quién? ¿Con cualquiera?

150 km acompañado de desconocidos. Al fin y al cabo, lo más difícil es dar ese primer paso, superar esa barrera mental. Deshacerse de los miedos para que lo único que nos acompañe sea la alegría de recorrer las montañas día tras día. Y tras esos 150 km, las caras y los nombres de esos hombres y mujeres, que tan desconocidos nos parecían el día de ayer, nos suenan como los de amigos de toda la vida. La montaña rompe muchas barreras, desenreda lenguas. En lo más profundo, nos descubre quiénes somos en realidad: nuestras esperanzas, nuestras penas, nuestros sueños. Puede que nos mintamos a nosotros mismos, pero no podemos mentir a una roca milenaria, que dirige su sabia mirada a nuestra alma y descubre lo que tenemos enterrado en las profundidades del corazón. La montaña no ve un hombre, una mujer o las arrugas de sus caras. Ve el corazón de ese niño sonriente que llevan dentro, en una aventura que responde a su verdadera vocación.

Todo rebaño necesita su pastor. El nuestro fue Egon, el líder siempre sonriente de San Cipriano di Tires, hasta llegar a Val Fiscalina, pasando por las famosas y fascinantes Tres Cimas de Lavaredo. Pero dejando a un lado la encantadora vista de estas torres de líneas seductoras, nadie olvidará la pequeña subida a la luz de las linternas desde el Rifugio Biella para contemplar el amanecer en la Croda del Becco. No importa si te has recorrido estas montañas miles de veces. No importa si tus ojos ya han sido testigos de todos los tonos de rojo y naranja posibles. Después de sudar unas cuantas gotas y de un par de escalofríos antes de que los primeros rayos de sol se hagan paso a través del manto azulado de las últimas nubes que cubren las cimas, esta experiencia visual sigue siendo única. Sin excepción. Es una revelación eterna que descubre la belleza de la existencia. Ahí y en ese momento. Acompañado de toda esa gente con la que compartes una comida. Es cierto que no todo el mundo está dispuesto a abandonar el mundo de los sueños y salir del calor y la comodidad de la cama en mitad de la noche. Pero desde aquí arriba, en lo más alto, ese esfuerzo queda en un segundo plano. Cada empujón y cada lágrima parecen disiparse, como cuando un prisionero inhala sus primeras bocanadas de aire fresco al ser liberado tras meses y meses detrás de las rejas. Cuando llegas a los 3146 m te pones a cantar. Te pones a cantar porque, bajo las ráfagas de viento gélido, aquellos dispuestos a escuchar descubren los secretos de la eternidad.

Cuando te bañas en los lagos de Lagacio, Remeda Rosses y Gran Foses, cuando te comes un plato casero de pasta con setas con el que se deleitan tus papilas gustativas cerca del refugio de Ra Stua, pasando noches de risas e historias en los refugios italianos desperdigados por el camino, no cabe duda. Todo aquel que siga la travesía de la Alta Via y su ruta por la región del Tirol italiano verá cómo cada paso que dé se llena de recuerdos imperecederos.

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