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Alice Julia Brambilla

ALPINE CAMPUS

#SALEWAFACES

Una mañana a finales de junio me llegó un mensaje de mi compañero Simon K solicitando una reunión en el que decía: «Como sabes, ambos estaréis en el Basic Alpine Campus», pero en realidad yo no tenía ni idea.

En su correo electrónico, que estaba dirigido a mí y a mi compañera Maggie M., Simon nos comentaba que nos tendríamos que encargar de las tareas de organización durante el Alpine Campus; un evento para los empleados de Oberalp para descubrir las diferentes actividades de montaña.

La montaña siempre ha formado parte de mi vida. Crecí cerca de Lecco, un pueblecito en el lago Como, donde tienes dos opciones en la vida: o aprendes a navegar o aprendes a escalar. Yo odiaba el agua, así que para mí la decisión estaba clara: sería escalador. Por eso me resultó fácil aceptar la oferta de Simon de encargarme de la organización del Alpine Campus. Sin embargo, a Maggie le resultó algo más complicado. No conocía la diferencia entre un mosquetón y una cuerda rápida, y nunca había dormido en una tienda de campaña: este trabajito iba a ser una experiencia totalmente nueva para ella.

Tras un largo fin de semana de organización y de hacer las maletas, y tras conseguir meter toda la ropa necesaria para una semana en una mochila de 55 l, llegó el momento de partir. Yo estaba entusiasmado y Maggie nerviosa. El trayecto en coche hasta el Alpine Campus consistió en una sesión de preguntas en las que intenté responder a todas las dudas que Maggie tenía sobre la escalada y la montaña. Su experiencia en el mundo de la escalada se limitaba a la zona de bloques que tenemos en el pabellón de escalada, o sea, paredes de unos tres metros de alto con colchonetas por debajo. Tras un viaje relativamente largo, llegamos a lo que sería nuestro campamento base durante la semana en Prags/Braies. Conocimos a Stephie y Martin, de Globo Alpin, nuestros guías de montaña para las aventuras del Alpine Campus. Tras un resumen rápido sobre lo que nos esperaba en los próximos días, montamos las tiendas, cocinamos y comimos juntos; Maggie tomó apuntes y preparó una lista de turnos de cocina y limpieza para cada participante.

Cuando llegó la hora de que Maggie se fuese a dormir, dos colchonetas y un saco de dormir de 30 no fueron suficientes para que nuestra montañera novata se sintiese cómoda en las noches venideras. Conseguimos solucionar este problemilla con un gorro y unos guantes de lana bien calentitos. Así, Maggie estaba lista para meterse en ese enorme saco naranja en el que parecíamos zanahorias congeladas.

A las seis de la mañana ya estaba sonando el despertador. Después de un desayuno rápido juntos y de una clase introductoria para aprender a leer mapas y sobre orientación en la montaña, estábamos listos para empezar nuestro primer día: excursión de orientación. Lo único que teníamos era un mapa y nuestra capacidad de orientación. Con los dos guías de montaña detrás de nosotros, empezamos a atravesar el lateral escarpado de la montaña, saltando arbustos y trepando rocas pequeñas. Una experiencia bastante agotadora, pero, al llegar a la cima, las vistas del lago Braies rodeado de preciosas montañas eran alucinantes. Descansamos un ratito para tomar algo y, después, nos acercamos a una vía ferrata corta, la primera a la que se enfrentaba Maggie en su vida. Con el casco y el arnés puestos y el equipo de vía ferrata preparado, estaba lista para empezar. Lo hizo genial y, con la ayuda de Martin, fue la primera en llegar a la última cima.

Durante el descenso, paramos en un pequeño refugio deshabitado, donde Martin y Stephie montaron un amarre de seguridad en las patas de la mesa con cuerdas y mosquetones. Esa fue nuestra estación de aprendizaje del día, en la que tuvimos que preparar un amarre de seguridad y donde Martin y Stephie nos enseñaron los procedimientos sobre el rápel. Cuando todos terminamos de hacer rápel desde la mesa, seguimos andando hacia el lago. El agua fresca y una bebida bien fría fueron el alivio perfecto para nuestros pies y nuestra alma.

De vuelta en el campamento base, el equipo checo, formado por Matus, Klara y Gabo, estaba encargado de preparar la cena. Para nuestra sorpresa, hicieron un risotto bien rico que esperaba nuestra llegada. Con el estómago lleno y saciado, nos sentamos alrededor del fuego para repasar lo que habíamos hecho durante el día y preparar el siguiente.

Por la mañana, estábamos listos para emprender nuestra segunda aventura: vía ferrata y rápel. Cuando llegamos a Passo Falzarego, organizamos el equipo, nuestros queridos guías de montaña nos dieron el almuerzo y empezamos a acercarnos a la vía ferrata.

Martin y Stephie decidieron tomarse un breve descanso para que probásemos algo: el primer rápel. Empezamos a seguir los mismos pasos que practicamos el día anterior, pero esta vez en dos puntos de amarre fijos, en lugar de la endeble pata de una mesa. El terreno sobre el que estábamos también era distinto al suelo sobre el que habíamos practicado. En lugar de estar sobre una superficie lisa, estábamos suspendidos sobre un saliente a 25 metros. Uno por uno, fuimos descendiendo haciendo rápel, hasta que le tocó a Maggie. Se le veía en la cara, pálida como la cera, que estaba muy preocupada. Creo que se enfrentaba a uno de sus mayores miedos del Alpine Campus.

Necesitó unos diez minutos para repensárselo, entre lágrimas y palabras de motivación, antes de dar el primer paso con las cuerdas de rápel. Solo necesitaba a alguien de confianza que la distrajera de sus malos pensamientos. Maggie y yo empezamos a bajar, rapelando lentamente cerca el uno del otro. Habíamos descendido unos pocos metros cuando empezó a gritar, pero lo que nos sorprendió a todos es el porqué de sus gritos. «¡Eso es lo mejor que he hecho en mi vida!» En cuestión de segundos, pasó de ser la persona con más miedo del mundo a la persona más feliz del planeta. No habíamos llegado todavía al suelo cuando ya estaba preguntando si lo podíamos repetir. Creo que su primera experiencia con el rápel fue todo un éxito.

Seguimos hasta el punto de partida de la vía ferrata «Brigata Alpina», en Col di Bos. Casco, arnés, equipo: listos para el despegue. Maggie iba por delante con Martin y nosotros detrás, siguiendo a «los líderes». Maggie nunca había ascendido tan en vertical, pero estaba más que preparada tras rapelar desde un saliente a 25 metros de altura. ¡Esa vía ferrata le iba a parecer pan comido! De hecho lo fue; en cuestión de pocas horas llegamos a la cima de Col di Bos. Desde atrás alguien dijo: «Leicht, leicht, Federleicht», que significa «ligero, ligero, como una pluma», y se convirtió en nuestro lema para el Alpine Campus.

Solo nos teníamos que esforzar un poquito más para llegar a la cima del monte Lagazuoi. Antes de poder llegar al refugio, tuvimos que atravesar un túnel pequeño, estrecho y húmedo. Nos pusimos los cascos y las frontales, y allá que entramos. A nuestro alrededor todo estaba frío, húmedo y resbaladizo; lo de no ver la luz al final del túnel era literal. ¿Cómo pudieron sobrevivir los soldados durante los duros inviernos de la Primera Guerra Mundial?

Tras lo que nos pareció una eternidad, percibimos una luz en el lateral izquierdo del túnel: la salida, ¡por fin! Salvo que esta salida estaba a 60 metros sobre un saliente enorme. Fue una de las salidas más incómodas y estrechas en las que me he visto nunca, y he de admitir que no me resultó nada fácil. Maggie se lo pasó pipa, rapelando como una profesional.

Tras llegar al refugio de Lagazuoi, volvimos al campamento base, donde Hannes, nuestro especialista en materiales técnicos, nos habló sobre algunos equipos para las vías ferratas y de escalada. Así concluyó otro día más. Aquella noche alrededor de la hoguera, a Maggie le brillaban los ojos hablando con gracia sobre su experiencia rapelando y sobre el miedo y la emoción que había sentido aquel día. Es increíble cómo un par de días en la montaña pueden transformar la idea de una persona sobre las actividades alpinas.

Día 3: día de escalada y multilargos; otra «primera vez» para Maggie. Durante el trayecto hacia el monte Popena, sobre el lago Misurina, la palabra que más se escuchó en nuestra furgoneta fue «rápel». Maggie solo quería repetir. Ni escalar ni andar, solo rapelar. Pero pronto aprendió que no hay nada que rapelar si no se ha subido primero a algún sitio. De algún modo, la larga caminata de acercamiento se hacía más corta al escuchar de vez en cuando las palabras «Leicht, leicht, Maggieleicht!» que venían desde atrás.

Aquel día también nos acompañaba Erwin, otro guía de montaña. Cuando llegamos, nos asentamos en la base de la pared, donde nos explicaron al detalle en qué consiste hacer rápel en una pared multilargos. Después nos dividimos en dos grupos: algunos empezamos un multilargo de cinco cordadas, Via Adler-Mazzorana; otros escalaron por primera vez e intentaron un multilargo de dos cordadas. Desde allí arriba las vistas eran alucinantes: el grupo Sorapiss, el lago Misurina, las Tres Cimas de Lavaredo justo enfrente y el grupo Cristallo detrás. Una pena que tuviéramos que descender. Aquella noche, nuestro compañero Simon decidió que ya era hora de enseñarnos los primeros pasos para hacer parapente. Tras una introducción bien detallada y un pequeño resumen sobre el funcionamiento del ala, Deniss, Giulia, Maike y yo corrimos uno tras otro como locos por todo el campamento base hasta que despegase el ala. ¡Es increíble el poder que adquiere un ala tan ligera cuando vuela por el aire!

Pronto llegó la noche y, con ella, nuestro último día en Alpine Campus. Tras tres intensos días de excursiones, escalada y alpinismo (y, claro está, rápel), teníamos las piernas cansadas y decidimos pasar una mañana de escalada relajada en Palestra di roccia Militare «Alpini». Llegamos con facilidad, sin necesidad de andar mucho, lo cual fue un alivio para todos.

Pasamos la mañana escalando y animándonos los unos a los otros mientras algunos integrantes del grupo intentaban rutas más difíciles. Antes de irnos, Martin y Stephie, junto con Simon, organizaron una manera divertida de premiarnos con diplomas. Cada uno tenía que coger un papel y leer en alto la tarea que estaba escrita; solo tras haber completado cada tarea podíamos recibir nuestro diploma. Había tareas algo atrevidas (como besar a uno de los guías de montaña) y muchas, muchas risas, que hicieron que el final del Alpine Campus fuera algo inolvidable.

En el camino de vuelta a Bolzano, Maggie no estaba para nada cansada. No dejó de rememorar todas las aventuras nuevas que había vivido esos últimos días. ¡Hasta me pidió que fuese a escalar con ella en el gimnasio de la sede cuando estuviésemos de vuelta (algo que todavía no ha pasado)! Para Maggie, Alpine Campus ha abierto ante sus ojos un mundo totalmente nuevo. Yo espero que todo el mundo pueda vivir una experiencia como esa en algún momento de su vida.

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