SIMON MESSNER

PRIMERA ASCENSIÓN AL 
BLACK TOOTH

 

Los tres —Martin Sieberer, Philipp Brugger y yo, Simon Messner — llegamos al glaciar Baltoro en Karakórum a principios de julio del 2019 para intentar escalar por primera vez el Black Tooth de la Torre Muztagh (6718 m) por la larga cresta de roca y nieve que va de este a oeste hasta alcanzar la expuesta cumbre. Esta preciosa línea seguía sin ser conquistada, después del intento fallido de dos alemanes en el 2016, que tuvieron que retirarse por el mal tiempo. Nosotros, impresionados, pensamos que al menos lo teníamos que intentar.
Antes de que Martin, Philipp y yo nos encontrásemos en Skardu el 6 de julio, yo ya había pasado un mes en el norte de Pakistán por motivos de trabajo. Bueno, no solo por trabajo, también conseguí la primera ascensión al Geshot Peak (aprox. 6200 m) en el valle Bunar, al sudoeste de Nanga Parbat. Por ello, ya estaba bien aclimatado y esperaba con impaciencia a que llegasen los otros.

 

 

De camino a Askole desde Skardu, encontramos muchos desprendimientos que habían bloqueado las carreteras y nos llevó mucho tiempo hasta que pudimos andar por el glaciar Baltoro y establecer nuestro campamento base al principio del glaciar Younghusband, un poco más lejos.
Cuando llegamos al campamento base, situado a 4500 m, empezamos nuestra primera ruta de aclimatación e inspección hacia la cornisa rocosa y alcanzamos los 5200 m aproximadamente. Allí arriba tuvimos que aceptar enseguida que no sería posible seguir la ruta que teníamos pensada desde un principio. La roca estaba demasiado suelta para escalar con seguridad. El desprendimiento de la roca y los enormes bloques sueltos que colgaban de la pared nos habrían matado; eso estaba claro. Tras un cómodo vivac, nos arrastramos de vuelta al campamento base. Todavía no había que darlo por perdido; solo teníamos que encontrar otro enfoque.

 

Martin y yo estábamos sentados en la nieve, agotados por lo que parecía un camino sin fin en el que nos acompañaban unas nevadas que no daban tregua y una visión muy reducida. Estábamos sentados sin más, por primera vez aquel día, a una altitud de unos 6500 m, dándonos cuenta de que el mal tiempo había llegado con un día de antelación. ¡Qué mala suerte! Tuvimos que bajar cuanto antes para no quedarnos atrapados en la montaña... Pero mejor empecemos por el principio.

 

LA SELECCIÓN DE SIMON

 

En junio, el tiempo estaba bastante más inestable de lo normal en el norte de Pakistán, con muchas nevadas y avalanchas que mataron a animales de carga y dejaron atrapados a varios porteadores. Sin embargo, julio llegó con un tiempo estupendo. Y con él temperaturas que empezaron a subir muy rápido, por lo que no había tiempo que perder. Así que, sin más dilación, volvimos a subir al día siguiente. Esta vez fuimos hasta el glaciar situado en la base de la cara sur de la montaña para buscar una vía por la que atravesarlo. La encontramos en el lateral derecho, la misma que los franceses usaron en 1956 durante la segunda ascensión a la Torre Muztagh. Unos 20 m de hielo negro escarpado (WI 5+) nos llevaron hasta un terreno fácil pero agrietado, que nos dejó al principio de la línea que teníamos planeada coger por la cara sur/sudoeste. Durante el descenso, colocamos una de nuestras cuerdas a modo de línea fija en la sección más empinada.

Todavía no estábamos aclimatados del todo a altitudes más altas, pero el pronóstico de buen tiempo durante los próximos días nos tentó a hacer la mochila y emprender el camino antes de que el mal tiempo nos chafase el plan. Fuera como fuese, estábamos muy motivados. Tras un día de descanso, iniciamos la marcha desde el campamento base por la mañana temprano del 21 de julio, atravesamos el glaciar y empezamos a escalar. Después del primer campo de nieve empinado, la cosa empezó a ponerse más y más rocosa (M4+ máx.), pero la capa de hielo fino y estropeado por el sol estaba separada de la roca y en malas condiciones, por lo que nos atamos con una cuerda. Escalamos hasta mediodía, cuando la nieve empinada y muy húmeda nos obligó a parar. La temperatura era demasiado alta y las piedras empezaron a desprenderse, así que decidimos hacer un vivac allí mismo. Al principio quisimos esperar a que bajase la temperatura para poder seguir escalando, pero parecía que iba a seguir haciendo el mismo calor, lo que nos obligó a quedarnos y descender por la mañana temprano al día siguiente.

 

 

Las últimas dos semanas el cielo había estado de un azul intenso y, por eso, las temperaturas eran más altas de lo normal y el estado de la nieve era muy malo. ¿Qué podíamos hacer? Nuestras dudas se disiparon cuando vimos el pronóstico meteorológico. El tiempo se mantendría estable, pero se podrían acumular algunas nubes en los próximos cuatro días, tras los cuales comenzaría un largo periodo de nevadas. Teníamos dos opciones: (1) volver a casa sin haberlo logrado o (2) descansar durante un día más y volver a intentarlo una última vez... ¡Estaba claro que lo queríamos volver a intentar! La idea era aprovechar las bajas temperaturas nocturnas y de las primeras horas del día, y descansar en la montaña durante el día. Philipp, que no había estado antes a estas alturas, no se encontraba lo suficientemente preparado y decidió quedarse en el campamento base para recuperar fuerzas. Así, nos quedamos solo dos con prácticamente el mismo equipo que habíamos pensado llevar entre tres.

El 24 de julio, Martin y yo nos levantamos a la una de la madrugada para descubrir que nuestro cocinero se había quedado dormido. Así que desayunamos un Snickers entre los dos y unos tragos de Coca-Cola, la única bebida que encontramos que no estaba congelada. Mientras atravesábamos la cuenca glaciar, el hielo se rompió a los pies de Martin y metió la pierna en el agua helada. Por suerte los pantalones impermeables evitaron que se mojara y con ello que concluyese allí nuestro intento de subir nada más empezar. Escalamos toda la noche hasta llegar sobre las 8:00 h al punto donde habíamos hecho un vivac previamente. Decidimos quedarnos allí, porque estábamos muy cansados después de escalar 1200 m.

 

 

A la mañana siguiente, empezamos en cuanto pudimos ver algo a las 4:20 h y escalamos sin protección para ahorrar tiempo (M4+ máx.). Llegamos al amanecer al primer gran campo de nieve en lo alto. Martin iba encabezando la escalada cuando nos dimos cuenta por primera vez de lo empinado que estaba. ¡Mucho más de lo que pensábamos! Pero como no había tiempo que perder, seguimos escalando a la par unos 250 m por hielo con una inclinación de 55-60º. La superficie de hielo duro y agrietado estaba cubierta por una capa poco estable de algo que no llamaría ni hielo ni nieve... ¡Escalar por allí era jugarse la vida! Llegó un momento en el que estábamos demasiado cansados para descender con seguridad y los tres tornillos de hielo que llevábamos no eran suficientes para rapelar por ese hielo tan malo. Solo teníamos una opción: seguir subiendo.

Cuando salió el sol todavía estábamos en aquella escarpada capa de hielo. Tuvimos que entornar mucho los ojos para ver algo, porque sobre ese terreno no era posible sacar las gafas de sol de la mochila. Alrededor de las 8:30 h superamos la capa de hielo y alcanzamos el principio de la cresta superior. Ya estábamos a salvo, pero el cuerpo no nos daba para seguir. La idea de descender por la capa de hielo haciendo rápel a base de abalakovs no era posible porque el hielo no era lo suficientemente estable, así que decidimos descender por la cresta unos 60 m hasta encontrar un llano donde, aunque no pudimos poner la tienda, al menos nos pudimos tumbar el uno junto al otro.

 

 

Nos protegimos un poco del sol durante el día con el saco de vivac abierto. En algún momento de la tarde decidimos dejar atrás la tienda y todo lo que no nos haría falta para librarnos de algo de peso.

A la mañana siguiente, emprendimos el camino poco después de las cuatro de la mañana. Martin encabezó la primera sección empinada (M4+), que nos llevó a una pequeña torre de rocas que escalamos directamente (M5), seguida de un terreno más llano. Las condiciones de la nieve seguían siendo malas, así que tuvimos que amarrarnos todo el camino hasta la cima. Para entonces había estado nevando durante cuatro horas y veíamos tanto como nos permitían las circunstancias.

Alcanzamos la cumbre sobre la una de la tarde, completamente envueltos por las nubes. La enorme cornisa sobre la cima hizo que nos quedásemos algunos metros por debajo. No tardamos en sentir ese alivio que te da llegar a la cima, pero también sabíamos que teníamos que seguir, porque no teníamos tienda de campaña y no parecía que el tiempo fuese a mejorar.
Para empezar el descenso, tuvimos que atravesar las empinadas cuestas de la cima cubiertas de nieve suelta. Escalamos sin ir atados para no caer los dos si fallaba algo. Nevaba con mucha fuerza. Después, empezamos a rapelar.

 

 

Durante unos segundos barajamos la idea de hacer un vivac en el corredor entre el Black Tooth y la Torre Muztagh, pero sabíamos que teníamos que bajar si no queríamos quedarnos ahí atrapados. Rapelamos hacia la espesa niebla que teníamos a los pies, sin saber si íbamos por buen camino. De pronto, tras unos seis rápeles, la niebla subió y por un momento pudimos visualizar el gran serac que quedaba abajo. ¡Íbamos bien! Seguimos bajando, haciendo rápel cuando era posible y escalando cuando hacía falta. Llegó un momento en el que las cuerdas estaban completamente congeladas, igual que los guantes y la ropa. Cada vez íbamos más lentos y no nos quedaba mucho más material que un pequeño pitón en el arnés de Martin. Mientras se ponía el sol, colocó el pitón en una roca que sobresalía entre la nieve. Yo estaba demasiado cansado como para comprobar dónde lo había puesto y me enganché sin más para rapelar. En cuanto Martin empezó a rapelar, noté un tirón fuerte y brusco en el arnés. Fijé la mirada en los ojos como platos de Martin, que me miraban perplejos. El pitón no había aguantado y se soltó en cuanto tuvo que soportar el peso de Martin; casi caemos. Le dije: «¡Maldita sea! ¡Tenemos que estar concentrados!»; aunque él también lo sabía perfectamente.

 

 

Cuando por fin llegamos al pie de la pared, ya llevábamos un tiempo a oscuras. Nos tiramos en la nieve totalmente destrozados; habíamos conseguido escapar.
Tras derretir un poco de nieve para beber algo por primera vez después de muchas horas, nos obligamos a descender hasta el campamento base. Las enormes cantidades de nieve recién caída habían provocado algunas avalanchas y habían dejado el camino que conocíamos por el glaciar desolado. De alguna forma, conseguimos encontrar una vía a través y llegamos a nuestro campamento base extremadamente cansados a las 00:30 h del día siguiente.

Por lo visto, tuvimos suerte de haber bajado la montaña en el mismo día, porque durante los días siguientes el tiempo siguió igual de mal. A la mañana siguiente, cogimos nuestras cosas, desmontamos el campamento base y emprendimos el largo camino hacia el glaciar de Baltoro. Llovía muchísimo y todo lo que llevábamos estaba empapado, incluidos los sacos de dormir, pero estábamos a salvo. Ahora ya solo quedaba caminar.