A eso nos referimos cuando decimos que normalmente nos fijamos en lo que está y no en lo que falta.

Pero no siempre, porque a veces determinadas ausencias y vacíos son tan intensos que atrapan nuestra atención como la luz atrae a las polillas. Hay ausencias que nos resultan más evidentes que mil detalles, más que un ciervo y que las aves más espectaculares, más que una línea difícil y elegante que nunca hemos subido.

«¿Me oyes?», murmura Simon Gietl al viento en el punto más alto de la Cima Scotoni. No hay nadie, ninguna respuesta. Solo el viento, delicado y constante, se lleva el sonido de esa pregunta hacia ninguna parte.

«¿Me oyes?», repite Simon con una voz cada vez más cargada de emoción. «Estoy aquí. Tú ya no estás, pero cumplí nuestra promesa. No he abierto esta ruta con nadie más, pese a que tú no estás. Esta es nuestra ruta, Gerry».

AARON DUROGATI - ARNAUD COTTET - ERIC GIRARDINI

WHY NOT?

There was a time in which snow was fundamental, here. It was a dream: if there was no snow, everything was missing.

Deja vagar sus recuerdos y se fija en algo, o alguien, que no está allí. Falta un punto en el que fijar la mirada. «Era febrero de 2015», murmura Simon mientras se prepara para bajar. «¿Te acuerdas? Habíamos ido a subir el Waffenlos, aquí al lado. ¿Te acuerdas del frío que hizo esa noche?»

Simon se ríe mientras levanta la mirada hacia el cielo. Comprueba con cuidado la bajada antes de lanzar las cuerdas al aire con un gesto elegante y medido. «No fue una de las ideas más brillantes que tuvimos, Gerry. Pero al final mereció la pena, ¿a que sí? Porque al final, ¿de qué cosas te acuerdas? ¿Cuáles son los días que importan de verdad en la vida?»

Las cuerdas se deslizan por el sistema de aseguración, mientras las palabras de Simon se pierden en el aire inmóvil.

«Recuerdas los días especiales», continúa Simon. «Los días únicos en los que te empleaste a fondo, lo diste todo por alcanzar un objetivo y lo conseguiste. Esos son los días que recuerdas...», suspira Simon con una sonrisa torcida y los ojos húmedos. «Los que pasaste con personas especiales que te entienden desde el primer momento, casi sin tener que hablar. Yo me acuerdo de los días que pasé contigo, Gerry. Me acuerdo a la perfección de cada uno de ellos. Patagonia, por ejemplo. El Fitz Roy en 21 horas, ¿te acuerdas? Sin parar desde el valle a la cima. Qué gran momento. ¿Te acuerdas? Ese día nos sentimos inmortales».

Simon se queda en silencio, sorprendido por el regusto amargo que le deja ese recuerdo. Prosigue con su descenso largo, solitario y solemne, igual que cuando se abrió esta nueva ruta con 21 nuevos largos sobre la frágil, extraña y preciosa roca de la Cima Scotoni hasta la increíble cuenca desde la que puedes ver las luces del refugio.

«Cuando me enteré del accidente, Gerry», prosigue Simon hablándole al silencio, «fue como cuando se desprende un seguro y te quedas con él en la mano en el punto más difícil de un largo. Así me sentí, igual de vacío. No quería creerlo porque no podía. Eras mi amigo, Gerry. Uno de esos amigos con los que siempre estás a gusto, en los que confías al cien por cien. Nos quedaban tantas cosas que hacer juntos. Abrir esta ruta, por ejemplo».

El silencio no responde. Nunca lo hace. Sin hablar, Simon abre la puerta del refugio. Coge el libro donde se registran las rutas, buscando una página en concreto, la última que firmó con Gerry Fiegl. Mira durante mucho rato las marcas de la tinta sobre el papel antes de escribir algo y cerrarlo de nuevo. Sale caminando bajo la luz de las estrellas.

«¿Me oyes, Gerry? Cumplí nuestra promesa. Ahora solo queda liberarla». Pero Simon sabe que «solo» no es la palabra adecuada para referirse a los 21 largos de nivel 8+ abiertos en nueve días con solo materiales tradicionales.

«Ojalá pudieras verla. Es increíble».

¿ME OYES?

A eso nos referimos cuando decimos que normalmente nos fijamos en lo que está y no en lo que falta.

Pero no siempre, porque a veces determinadas ausencias y vacíos son tan intensos que atrapan nuestra atención como la luz atrae a las polillas. Hay ausencias que nos resultan más evidentes que mil detalles, más que un ciervo y que las aves más espectaculares, más que una línea difícil y elegante que nunca hemos subido.

«¿Me oyes?», murmura Simon Gietl al viento en el punto más alto de la Cima Scotoni. No hay nadie, ninguna respuesta. Solo el viento, delicado y constante, se lleva el sonido de esa pregunta hacia ninguna parte.

«¿Me oyes?», repite Simon con una voz cada vez más cargada de emoción. «Estoy aquí. Tú ya no estás, pero cumplí nuestra promesa. No he abierto esta ruta con nadie más, pese a que tú no estás. Esta es nuestra ruta, Gerry».

Deja vagar sus recuerdos y se fija en algo, o alguien, que no está allí. Falta un punto en el que fijar la mirada. «Era febrero de 2015», murmura Simon mientras se prepara para bajar. «¿Te acuerdas? Habíamos ido a subir el Waffenlos, aquí al lado. ¿Te acuerdas del frío que hizo esa noche?»

Simon se ríe mientras levanta la mirada hacia el cielo. Comprueba con cuidado la bajada antes de lanzar las cuerdas al aire con un gesto elegante y medido. «No fue una de las ideas más brillantes que tuvimos, Gerry. Pero al final mereció la pena, ¿a que sí? Porque al final, ¿de qué cosas te acuerdas? ¿Cuáles son los días que importan de verdad en la vida?»

Las cuerdas se deslizan por el sistema de aseguración, mientras las palabras de Simon se pierden en el aire inmóvil.

«Recuerdas los días especiales», continúa Simon. «Los días únicos en los que te empleaste a fondo, lo diste todo por alcanzar un objetivo y lo conseguiste. Esos son los días que recuerdas...», suspira Simon con una sonrisa torcida y los ojos húmedos. «Los que pasaste con personas especiales que te entienden desde el primer momento, casi sin tener que hablar. Yo me acuerdo de los días que pasé contigo, Gerry. Me acuerdo a la perfección de cada uno de ellos. Patagonia, por ejemplo. El Fitz Roy en 21 horas, ¿te acuerdas? Sin parar desde el valle a la cima. Qué gran momento. ¿Te acuerdas? Ese día nos sentimos inmortales».

Simon se queda en silencio, sorprendido por el regusto amargo que le deja ese recuerdo. Prosigue con su descenso largo, solitario y solemne, igual que cuando se abrió esta nueva ruta con 21 nuevos largos sobre la frágil, extraña y preciosa roca de la Cima Scotoni hasta la increíble cuenca desde la que puedes ver las luces del refugio.

«Cuando me enteré del accidente, Gerry», prosigue Simon hablándole al silencio, «fue como cuando se desprende un seguro y te quedas con él en la mano en el punto más difícil de un largo. Así me sentí, igual de vacío. No quería creerlo porque no podía. Eras mi amigo, Gerry. Uno de esos amigos con los que siempre estás a gusto, en los que confías al cien por cien. Nos quedaban tantas cosas que hacer juntos. Abrir esta ruta, por ejemplo».

El silencio no responde. Nunca lo hace. Sin hablar, Simon abre la puerta del refugio. Coge el libro donde se registran las rutas, buscando una página en concreto, la última que firmó con Gerry Fiegl. Mira durante mucho rato las marcas de la tinta sobre el papel antes de escribir algo y cerrarlo de nuevo. Sale caminando bajo la luz de las estrellas.

«¿Me oyes, Gerry? Cumplí nuestra promesa. Ahora solo queda liberarla». Pero Simon sabe que «solo» no es la palabra adecuada para referirse a los 21 largos de nivel 8+ abiertos en nueve días con solo materiales tradicionales.

«Ojalá pudieras verla. Es increíble».