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IDUEVAGAMONDI

Vivac Danilo Sartore

#SALEWAFACES

Han previsto muchísima lluvia para las próximas horas pero la necesidad de evadirse y volver a la montaña es casi insoportable. ¿Qué hacemos? ¿Vamos de todas maneras o abandonamos la idea?
No queremos pasar la tarde encerrados en casa, cuando existe una posibilidad, aunque conlleve mojarse, de vivir una nueva experiencia en la montaña.

Una vez tomada la decisión, empezamos a preparar las mochilas.
Tenemos listo el material de fotografía.
Solo nos queda salir antes de que se desate la tormenta y nos quedemos con las ganas. Llegar al Alto Valle Maira lleva tiempo pero merece la pena. En una hora y media estamos en Saretto, donde dejamos el coche.

Hoy vamos a subir al vivac Danilo Sartore, donde pasaremos la noche.

En cuando nos bajamos del coche, empieza a chispear y el cielo de la parte baja del valle se oscurece. A medida que ascendemos, la oscuridad avanza hacia nosotros y enseguida escuchamos los primeros truenos. Pero, contra todo pronóstico, parece que las corrientes en esta zona del valle nos resultan favorables y la tormenta descarga sobre la parte habitada de Saretto y nosotros salimos indemnes.

El camino no es difícil pero, a medida que nos adentramos en el valle, la niebla nos envuelve y las vistas desaparecen.
El silencio que nos rodea es increíble.
Caminamos sobre un mar blanco, maravillándonos ante las formas de la montaña, su esplendor y todo lo que se puede apreciar en un día tranquilo.

El zigzag final conlleva atravesar un tramo de nieve pero logramos evitarlo saltando de roca en roca.
Superamos una pequeña cima y ya hemos llegado. El vivac se encuentra frente a nosotros, escondido entre un muro de niebla que cada vez se hace más denso.

Ya lo habíamos visto en foto pero en persona es todavía más bonito, con un techo rojo a dos aguas y un interior completamente de madera. Parece demasiado perfecto para ser verdad.

Dejamos las cosas dentro a toda prisa, acuciados por las ganas de seguir descubriendo el paisaje. Pero es imposible ver lo que nos rodea. Todo es blanco. Se alza el viento y confiamos en que se lleve las nubes. Pero en vez de eso parece hacerlas más densas, como si se sintieran atraídas por las paredes rojas del vivac.
Noviembre.
Pasan los minutos y las horas y mientras nos movemos por los alrededores nos damos cuenta de que no va a llegar nadie más. Encantados, notamos cómo, con la llegada del atardecer, se ve una pequeña rendija de luz entre las nubes. Probamos a hacer volar el dron y empieza el espectáculo. "Si vuelvo a nacer, me gustaría ser tu dron", nos han dicho hace poco y compartimos esa idea: es magia en estado puro. Quizá la clave es que lo que observamos desde lo alto ya es increíble y nos ayuda a darnos cuenta de la suerte que tenemos. Obviamente, es un espectáculo que dura poco pero que igualmente nos deja encantados.

Con las velas y el hornillo encendidos, ponemos a cocer pasta y unas judías. No se oye ni un solo ruido humano, solo el romántico trino de un petirrojo acompaña de vez en cuando el ruido del cacillo que usamos para mezclar la comida.

Cuánto nos gustaría vivir estas emociones todos los días del año. El vivac Danilo Sartore es bonito, cómodo, limpio y transmite una energía positiva, justo lo que más falta nos hace. Aquí arriba solo estamos nosotros, algunos animales y las nubes que corren veloces.
La soledad que tanto nos gusta se convierte cada vez más en nuestra fiel amiga y compañera de viaje. Cuando se apagan las velas encendemos los frontales y nos ponemos a leer bajo las mantas. Parece la escena de una película, pero es la normalidad de la montaña. Qué bonito.

Cada vez que dormimos en un vivac o en la alta montaña es como si fuese la primera vez. Siempre nos emocionamos. Es estupendo. Aquí arriba, el vivac nos protege del terrible tiempo exterior, y por eso resulta aún más bonito.
La noche pasa rápido porque en un abrir y cerrar de ojos suena la alarma de las 05:01. Fuera aún es prácticamente de noche pero podemos ver que el tiempo de hecho no ha mejorado, sigue igual: niebla a derecha, a izquierda, por arriba y por abajo. Nos fundimos con ella. La falta de comodidad podría resultar desmoralizante, pero la verdad es que sigue siendo igualmente bonito, romántico y único. No siempre podemos pasar una noche solos en un vivac así de espectacular, por eso no nos quejamos.

Una vez despiertos, desayunamos y de vez en cuando echamos un vistazo afuera, para ver si se produce algún cambio. Para ser sinceros, viendo los pronósticos de ayer, nos esperábamos una noche de temporal y también un blanco despertar, pero no esto.
Cerca de las seis y media, con el té caliente, notamos que una extraña luz entra por la ventana de la puerta de entrada. Un resplandor imprevisto, energía, vida. Salimos corriendo al exterior y no nos creemos lo que vemos: el sol.
Como pasa siempre, no sabemos gestionar las emociones que nos invaden. Romina echa fotos y yo saco enseguida el dron para grabar un poco.
No sopla nada de viento y el cielo está sereno sobre nosotros. El sol nos acaricia el rostro, calienta la atmósfera y pinta de color las paredes de la montaña.
Estamos emocionados, felices y mudos ante tanta belleza.
Nos sentimos sumamente afortunados.
Cuanto más alto sube el dron, más impresionan las vistas.

Aquí arriba dominan el silencio,
el cielo azul
y el color cálido de las montañas.

Allí abajo vemos truenos,
nubarrones negros
y una atmósfera oscura.

Dinamismo, energía, contrastes. Todo cambia y evoluciona mientras nos quedamos quietos e incrédulos ante este espectáculo que por desgracia o por fortuna solo dura unos veinte minutos. Esa brevedad lo convierte en algo más especial y único.

Se alza un viento impetuoso, se apagan los truenos y nos vemos de nuevo envueltos en la niebla que trae consigo frío, invierno y montaña.

Volvemos al vivac, terminamos de desayunar y nos ponemos a leer el periódico esperando otro paréntesis de buen tiempo, pero parece que no va a producirse.

La paz es absoluta.

Ordenamos todo, apagamos la vela que dejaremos aquí arriba para los próximos visitantes y cerramos la puerta al salir. Nos atamos las botas y empezamos el descenso.
No se ve nada pero por suerte el camino es fácil. A veces no nos vemos ni a nosotros.
Continuamos bajando y salimos de las nubes. Volvemos a ver Saretto a nuestros pies, mientras un sol pálido lucha por hacer aparición e iluminar la montaña. Una cabra montés pasea por la cresta, tres rebecos se persiguen por la nieve y nosotros nos acercamos lentamente al coche.

Acaba esta nueva experiencia, este viaje. Para viajar no necesitamos irnos muy lejos ni pasar muchos días fuera. Nos bastan unas pocas horas, vividas a tope, con emociones que surgen de los detalles más pequeños y que nos descubren la belleza de lo simple, de lo esencial, de nosotros mismos. Todo lo que se le pide a un viaje.

El vivac Danilo Sartore nos ha ayudado a entender de nuevo lo importante que nos resulta la montaña y que debemos partir de lo simple para ser de verdad felices.

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