Chamonix Chamonix

Pietro Lamaro

Una aventura muy especial entre las montañas más empinadas de Europa

#SALEWAFACES

Me despierto y está diluviando. Las Tofane están cubiertas de nubes blancas. El ruido del agua que cae sobre el tejado me retiene en la cama. En el aire se nota el olor a mayo, a primavera que aún no ha visto florecer sus frutos. Son días en los que sigo atado a casa, entrenando en el rocódromo y soñando con volver a la montaña.
Llevaba un tiempo pensando en el noroeste, en los grandes glaciares y en Chamonix, la meca del alpinismo y el esquí en zonas empinadas. Es un entorno diferente a los Dolomitas y allí la primavera ofrece las mejores salidas. Llamo a Philippe, un gran amigo que vive en Bonneville, a unos pocos kilómetros del Aiguille du Midi. Conocí a Philippe en Cristallo, en la cumbre de Forcella Cristallino, para ser exactos. De inmediato nos hicimos amigos y, seducido por los Dolomitas, hemos esquiado juntos las bajadas más icónicas del Belluno. El tiempo parece bueno en el sur de Francia y me pongo en marcha hacia el Mont Blanc. Llevo la furgo llena, con todo lo que necesito para descubrir un terreno nuevo, con determinación y pasión. Estoy encantado de poder volver a disfrutar de lo que tanto bien me hace.
Paso una agradable noche en la furgo, en un aparcamiento de Chamonix cerca del famoso teleférico que lleva por encima de las nubes hasta las cimas de Europa y el Aiguille du Midi. No veo la hora de que llegue el día siguiente.

Al amanecer me encuentro por fin con Phil. Me encanta volver a ver a un amigo tan querido y hacerlo con motivo de una pasión en común, la montaña. Nos subimos en el teleférico, favorito desde hace años de los turistas asiáticos. El objetivo es esquiar el Col du Plan, una de las bajadas más icónicas y escarpadas de Cham: primero 55 grados en seracs de más de 150 m y luego un canal de 2,20 m de ancho. Ambos nos quedamos boquiabiertos con las vistas. Fascinantes, preciosas, pero también desafiantes.
Llegar a la cima del Aiguille du Midi siempre supone un torrente de emociones fuertes y es además la puerta del parque de hielo más atractivo del mundo para el alpinismo. Por aquí han pasado todos los grandes alpinistas al menos una vez. En la cima, unas cuerdas unidas con un mosquetón alrededor de una roca de granito oscuro señalan el inicio del descenso. Bajamos por una pared casi vertical de hielo vivo y por fin tocamos la nieve, que tiene buen aspecto. Me doy cuenta de que en breve estaremos esquiando. Una vez lista la cuerda, comenzamos el descenso y, pese a encontrarnos entre seracs gigantescos, disfrutamos de alguna curva en polvo. La nieve es fantástica, las piernas reaccionan perfectamente. Me encanta volver a esquiar y adoro el entorno donde me encuentro. Abajo, a 2.500 m, se ve Chamonix: un paso en falso y estás en la ciudad. En esto consiste el esquí empinado: una mezcla de euforia y concentración, atención extrema mezclada con diversión. Porque, ¿qué sentido tendría algo de esto si no nos divirtiéramos? Entramos con otro largo descenso en el estrecho y empinado canal que lleva de regreso a la base del teleférico. Mala suerte: las condiciones aquí son diferentes, con mucho hielo y poco espacio para maniobrar. Vamos muy concentrados y cada movimiento está sometido a un control total. Si te caes estás muerto. Después de unas decenas de metros, seguimos esquiando y, tras muchas curvas y aún más concentración, llegamos a la meseta final. ¡Qué increíble! ¡Qué día!

Celebramos el descenso con una buena cerveza artesanal en el centro de Chamonix y nos vamos a Bonneville. Después de pasar una agradable noche con la familia Delille, jugando con el pequeño Malo y conversando con Charlotte, nos vamos a Chamonix.

La idea es atacar el Mont Blanc du Tacul: subir al Culoir Jager, una fina lengua de hielo, nieve y rocas, y descender al famoso Culoir Gervasutti, la histórica bajada del macizo del Mont Blanc. Una aproximación larga y agotadora a 4.000 m nos lleva hasta el primer barranco de hielo y preparamos el equipo. De repente, una lluvia de hielo y piedras cae desde la parte superior, nos aferramos a los piolets y bajamos la cabeza. Por fortuna, el resultado son solo unos rasguños en los cascos. Decidimos retirarnos: demasiado calor y demasiado peligro. Volvemos a Chamonix por el increíble Vallée Blanche, satisfechos y felices con el equipo que hemos formado. Además, como me enseñó un gran amigo mío: «una retirada a tiempo es una media victoria».

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