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EN LA PATAGONIA NO HAY NADA QUE VER

#ATHLETESTORY
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«No hay nada que ver», como diciendo que no merece la pena. «No he visto nada», como diciendo que he perdido el tiempo. Como si «ver» fuera todo. Como si «no ver nada» implicara necesariamente perder el tiempo. ¿Cuánto del mundo experimentamos a través de los ojos? ¿Cuánto nos condiciona la vista, solo una de muchas maneras de descubrir lo que nos rodea?
Gabriel no ve, por ejemplo. Aunque esto no es del todo cierto, porque Gabriel Tschurtschenthaler, que tiene 35 años, tiene una ceguera del 90 %. Y, sin embargo, lo que más le gusta a Gabriel es estar en sitios a los que la gente va «por las vistas», «por el impresionante paisaje» o «porque cuanto más alto estés, más lejos ves».

Para trazar un plan hace falta una cerveza
Gabriel y Vitto se conocen desde hace unos cinco años. Vitto, Vittorio Messini, es guía de montaña y Gabriel lo contrató, en su momento, como cliente. Una ocasión sin nada de especial, una persona que quiere aprender a escalar en hielo, salvo que esa persona no puede ver y que, pese a ello o precisamente por eso, es tres veces más fuerte, obstinada y motivada. A partir de ahí su relación ha evolucionado, de guía y cliente a dos buenos amigos.
Al pie del Großglockner se recuperan después de tres días a gran altitud. «Gabriel, ¿por qué no te vienes a la Patagonia?», le pregunta Vitto, mientras saborea tranquilamente una cerveza. «Estás en plena forma y en el hielo te mueves sin problemas. Creo que la vía Ferrari o la de Ragni en el Cerro Torre, te encantarían».

Gabriel se rasca la barba y se lo piensa un rato. Le atrae la idea, pero la Patagonia no está precisamente a la vuelta de la esquina. Lo que le preocupa no es la escalada, porque en la pared se encuentra siempre en su salsa, sino la aproximación. Piedras, raíces y terreno irregular durante kilómetros, y todo ello cargando en la espalda el material, tanto para escalar como para el campo base. En ningún caso va a ser un paseo. «¿Cuándo nos vamos?», responde sin dudarlo.

Cerro Torre

La preparación
La preparación para un viaje como este requiere tiempo. Hablamos de logística y también de preparación para la subida, como un tercer compañero, que nunca viene mal. Matthias «Motz» Wurzer, un amigo de Vittorio, está encantado de acompañarlos. También alguna ruta para prepararse, a nivel físico, de maniobras y de dinámicas de grupo: en la Prijakt Nordrinne, la Südwandwächter del Glockner, o alguna cascada de hielo, como la Kesselfall y la Mordor. O una buena roca, como la Comici-Dimai en la norte del Grande di Lavaredo. Se necesita preparación y también paciencia. La misma que tanta falta hará en la Patagonia, mientras esperan una ventana de buen tiempo, también es extremadamente útil durante la pandemia, mientras esperan a que bajen los contagios, a que se levanten las restricciones, a que se pueda viajar de nuevo. Eso también, de algún modo, forma parte del entrenamiento.

¿El momento adecuado?
Parece que para finales de 2021, los engranajes del mundo vuelven a girar, aunque de forma lenta. En noviembre, Gabriel, Vitto y Motz logran llegar a El Chaltén. Resulta que haber entrenado la paciencia les viene muy bien, porque llueve a mares. Una primera y corta ventana parece permitir un buen plan B: intentar la Po, o Aguja Poincenot, frente al Fitz Roy.
La aproximación resulta larga y accidentada. «Derecha, izquierda, paso, cuidado con esa roca grande, izquierda, derecha, un pequeño puente…». Vitto, delante de los otros dos, va informando a Gabriel sobre las condiciones del terreno. Gabriel procesa la información deprisa y adapta el paso. Si el camino se vuelve más difícil, un bastón hace de conexión y, cuando el camino es muy empinado, se echa mano de la mochila de la persona que está delante de Gabriel.

Ha llovido, pero ahora hace sol: en las alturas la nieve es blanda, hay que abrirse camino metidos hasta la cintura. Doce agotadoras horas de travesía, antes de preparar el campamento y disfrutar de una noche a -14 °C.
Por la noche, el viento no deja de aullar y no hay nada que ver. ¿Qué historias nos cuenta el viento? ¿Qué voz nos trae, desde un tiempo o un espacio remoto? Aúlla también de día y también entonces nos trae sus historias y voces lejanas. Pero solo durante la noche, cuando no hay nada que ver, lo escuchas de verdad.

La mañana es clara. Nieve profunda, capas sueltas, pendientes pronunciadas y sol cálido: una excelente receta para los que buscan problemas, problemas como las avalanchas. Pronóstico para la tarde: viento en aumento hasta convertirse en tormenta. Solo se puede dar media vuelta y volver a El Chaltén.

Basecamp

En la Po
El tiempo tarda una semana en mejorar y por fin la nieve se consolida un poco. Regresar al Paso Superior es más fácil, más ligeros tras dejar allí materiales y con más tiempo para disfrutar del ascenso. El sonido de la nieve bajo las botas, la respiración lenta mezclándose con la de los compañeros, el ritmo breve de tres latidos… La sensación de cansancio, el sudor, el viento y el amanecer sobre la piel: nada de eso se ve.
Las instrucciones en vertical cambian y ahora son más variadas, más tridimensionales. Se centran en las manos, los pies, los piolets y la posición del cuerpo. La vía es una historia, una serie de gestos meticulosamente descritos y ejecutados. Una secuencia que da paso al silencio y al viento en la cima de la Po, la Aguja Poincenot, que, si eres muy bueno y estás muy motivado, puedes escalar incluso sin ver.

¿Y el plan A?
El plan B ha salido genial. Pero el plan A sigue siendo una idea atractiva y muy presente, aunque no se pueda ver. El Torre, ese grito de piedra, tres mil metros y medio de granito con una corona de hielo. El tiempo parece firmemente opuesto a permitir la subida, tanto el meteorológico como el cronológico. Sigue siendo malo y la fecha del vuelo de vuelta cada vez está más cerca. La primera ventana buena empieza exactamente el día del vuelo. «Bueno, entonces cambiamos el vuelo, ¿no?» propone Gabriel.

Sobre el Circo de Los Altares la nieve es blanda: la travesía es cansada, pero no peligrosa. Tres largos de cuarto escalados con todo el peso a la espalda llevan a Gabriel, Vitto y Motz bajo la cara oeste del Cerro Torre. Un año y medio de pandemia ha mantenido a todo el mundo alejado de este lugar, con una soledad que se respira en el aire. Otra cosa que no se ve. Una noche de descanso sin aliento, agitado, lleno de anticipación. Despertar antes del alba, porque cada hora cuenta y es necesaria. Nuevamente, una larga serie de gestos, relatados y ejecutados con precisión, en la línea imaginada y luego abierta por Ragni di Lecco en 1974.

Por encima de la cabecera hay tres túneles verticales, agujeros de metro y medio de ancho en el hielo. Hay que escalar, gatear, cavar. Hay un eco extraño, una reverberación que es imposible no notar en esta especie de útero azul helado. Son dos horas en el vientre más íntimo del hielo, antes de volver a salir a la luz. En la cima.

No hay nada que ver
No hay nada que ver. ¿Pero es tan importante la vista como para hacer que cualquier experiencia no visual sea tan poco interesante? Podemos sentir de muchas maneras. ¿De dónde viene esta obsesión por solo uno de nuestros sentidos? ¿Y cuánto nos perdemos por vincular nuestra experiencia a las imágenes? ¿Cuánto descuidamos, ignoramos u olvidamos, simplemente porque llega a nuestro cerebro y corazón por otros caminos que no son los nervios ópticos?
La respuesta está siempre delante de nosotros. Deslumbrante, pero oculta a simple vista. Gabriel pestañea mientras comienza el descenso.

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