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Jolana Dandl

Into the heart of the Dolomites: tras la pista de #puremountain

#SALEWAFACES

Prados, bosques, casas, colinas oscilantes y montañas en el horizonte. A primera vista, este es el paisaje que se vislumbra desde mi balcón en la Alta Baviera, al pie de los Alpes. ¿Qué se siente al vivir en la mismísima montaña? ¿En una zona sin casas ni grandes zonas urbanizadas ni ciudades? ¿Qué sensación te envuelve al despertar a más de 2.000 metros de altura? ¿Qué se siente al estar a 3.000 metros y estar rodeado solo de montañas? Estas preguntas y sentimientos me han llevado a una de las zonas montañosas más bonitas de nuestros Alpes: los Dolomitas.

Nos ponemos en marcha a mediados de septiembre. Mi novio Felix y yo, acompañados de mi mejor amiga Mary y de su novio Johannes, emprendemos el camino hacia los Alpes italianos. Pasados los Prealpes bávaros, entramos en el Inntal.

Nuestro viaje comienza a los pies del Grupo del Odle. Según llegamos esa misma tarde, nos hacemos una pequeña excursión hacia el atardecer. Las cumbres de las montañas, iluminadas por el sol poniente, brillan con un tono rojizo que contrasta con el cielo. ¡La ilusión por las semanas que nos esperan se enciende al máximo!
Al día siguiente, recorremos bonitos y largos caminos, sombreados en todo momento por la cara norte del macizo montañoso. Es bien temprano y el aparcamiento todavía está vacío. Una fina capa de niebla cubre los campos y en el bosque todavía hace mucho frío. Pronto se empiezan a erigir ante nosotros los perfiles afilados de la montaña. Disfrutamos del primer día, vamos con calma, paramos a tomar algo y charlamos sin parar. La mejor manera de llegar y dejar que la cosa surta efecto. Por la tarde nos sumergimos un poco más en el valle de Gardena y nos vamos todos a cenar una pizza. Al día siguiente subimos hasta la conocida Seceda. Aunque sé que esta zona suele estar llena de gente, tengo ganas de verla con mis propios ojos. Desde el mirador, se ven picos retorcidos y encorvados de una manera totalmente salvaje y accidental, aunque parece como si estuviesen colocados así a propósito. Esta panorámica única la completan la vista del grupo Sella junto con el Sassolungo y el Sassopiatto.
Pasamos la noche cerca de un pequeño lago de montaña rodeado de árboles. Aprovechamos los últimos rayos del sol y las nubes rosáceas que adornan el cielo para darnos un chapuzón en el lago.

La vista desde Seceda nos lleva hasta más allá, hasta el Sassolungo. Al día siguiente, Mary y yo nos dirigimos hacia el perfil que dibujan las montañas mientras los chicos montan en bici. Una vez más las vistas nos sobrecogen. El sol brilla y la brisa es fresca y suave; la amplitud de la vista es alucinante. Pasada otra noche, decidimos tomar rumbo hacia el valle de Fassa. Hay que superar el puerto para llegar a Canazei. Ya solo el recorrido hasta allí es un auténtico espectáculo de cumbres maravillosas, torres y pendientes escarpadas. Paramos un momento al llegar al puerto para contemplar el valle que dejamos atrás. ¡Menudas vistas! Al llegar a Canazei, buscamos un camping bonito para poder darnos una ducha calentita y lavar las cosas como está mandado. Invertimos el día en acercarnos tranquilamente en bici a una cascada cercana, y es entonces que empezamos a notar en las piernas los kilómetros y la altitud que hemos recorrido en los últimos días. El resto del día lo dedicamos a organizar la ruta del día siguiente y a hablar de lo que cada uno quiere todavía ver y hacer. Una vez estudiada la situación, decidimos que podemos separarnos un par de días.

A la mañana siguiente, Felix y yo nos dirigimos hacia el grupo Catenaccio y Latemar. El objetivo del día es un 3.000 en el Catenaccio al lado de las Torres del Vajolet. El camino para subir directamente a la cumbre está algo más lejos, pero es una maravilla. Las Torres quedan delante en todo momento y te vas viendo rodeado, a medida que avanzas, por altas y escarpadas paredes. Pasamos el refugio de Vajolet y subimos al paso Príncipe. Poco tiempo después, empezamos a escalar para llegar a la cima. Cuanto más subimos, más alucinantes son las vistas. Las cumbres que quedan bajo nuestros pies se ven envueltas por pequeñas acumulaciones de nubes y un cielo azul. Al llegar a la cima, se ve por fin la vista completa. Desde la parte más alta del grupo Catenaccio, observamos el lago Antermoia y las Torres de Vajolet. Más allá del valle, se ven las montañas de Latemar, así como la Marmolada y muchas más cumbres y cadenas montañosas. Pasamos la mayor parte del tiempo en la cumbre solos y absorbemos la belleza de lo que nos rodea. Después, emprendemos el camino de vuelta.

Tras cenar una pizza y pasar la noche en el Val San Nicolò, cogemos el coche hacia el paso de Costalunga. Tenemos pensado hacer una precumbre en Latemar y hacer noche allí bajo las estrellas. Tras una pequeña excursión por el lago de Carezza, preparamos las mochilas y emprendemos el camino ya bien entrada la tarde. Volvemos a gozar de un tiempo maravilloso. El sol está un poco más bajo e ilumina el cielo con un brillo dorado. Por el camino vamos fijándonos en sitios que puedan estar bien para pasar la noche al raso. Como encontramos varios lugares posibles, decidimos seguir subiendo un poco más para poder ver la puesta de sol. El grupo Catenaccio brilla con fuerza delante de nosotros y, detrás, resplandece el grupo Sella. A nuestro lado se erigen altas las torres y el perfil rocoso de Latemar. Contemplamos barrancos profundos y un laberinto formado por rocas caídas de todos los tamaños. Antes de que caiga la noche, volvemos al punto donde habíamos decidido hacer noche y nos preparamos para dormir. Metidos ya en el saco, observamos cómo van desapareciendo a nuestro alrededor los últimos rayos del sol y cómo se va tiñendo el cielo de rosa y rojo. Cuando por fin nos envuelve el manto negro de la noche, se abre ante nosotros un impresionante cielo estrellado. Permanecemos despiertos un rato largo, estudiando la Vía Láctea y buscando constelaciones hasta que se nos cierran los ojos. A la mañana siguiente nos despierta una fuerte incandescencia desde el horizonte. Se empieza a iluminar desde abajo una formación de nubes espectacular, que brilla hacia nosotros con tonos rosas y rojizos. ¡Un amanecer de ensueño! Sin embargo, la quimera se nos termina pronto, en cuanto empieza a subir el sol y desaparece detrás de las espesas nubes. El cielo se cubre casi por completo y empieza a chispear un poco. La ropa se moja y se enfría con rapidez. Nos preparamos para emprender el camino de vuelta. Dado que el día se queda gris y frío, y no parece que vaya a mejorar en los días venideros, decidimos (estando ya los cuatro juntos) concluir el viaje en los baños termales de Merano. Disfrutamos de nuestro último día en el agua, pasando revista a la experiencia que hemos vivido. Antes de emprender el camino a casa, decidimos pasarnos por el rocódromo de la sede de Salewa en Bolzano: lo mejor que se puede hacer cuando el tiempo no acompaña.

La conclusión no puede ser otra que esta: ha sido un viaje absolutamente alucinante. Independientemente de si estás solo o acompañado de miles de personas en una montaña o en un sitio en concreto, las experiencias de cada uno son únicas y extraordinarias, nadie puede vivirlas mejor que tú.

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