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Francois Cazzanelli

Una expedición al Himalaya fuera de lo común

#ATHLETESTORY

El otoño de 2019 fue anómalo para la cordillera el Himalaya. En Nepal las mejores estaciones para escalar son las que tienen lugar antes y después de los monzones, es decir, el otoño y la primavera. Este año, desgraciadamente, el monzón se mantuvo en toda la cordillera hasta bien entrado el otoño, dándonos muchos problemas no solo a nosotros, sino a todas las expediciones.

En 37 días de expedición solo tuvimos 3 días de tiempo bueno y estable, eso quiere decir solo 72 horas sin precipitaciones. Aparte de estos 3 días, los mejores días eran en los que desde la noche hasta media mañana había una interrupción de las precipitaciones y algunos momentos de cielo parcialmente despejado. Todo esto no fue del todo negativo, de hecho, estas condiciones meteorológicas adversas hicieron que incluso a gran altitud las temperaturas no fueran nunca demasiado rígidas y el viento nunca excesivamente fuerte.

Nuestra expedición tenía dos objetivos:

- El primero era intentar llegar a la cumbre del Pagpoche abriendo una nueva vía en la vertiente noroeste en estilo alpino, usando como campo base el pueblo de Samagoan, que se encuentra a una altura de 3.500 m.

- El segundo (aunque solo cronológicamente), era el Manaslu, la octava montaña más alta de la Tierra, con sus 8.161 m. Esta montaña enseguida me despertó las ganas de intentar una subida rápida que, a mi parecer, era una evolución lógica de lo que había hecho en los Alpes en los últimos años. Antes que yo, esta ascensión ya la había logrado Andrzej Bargiel, quien, el 25 de septiembre de 2014, subió y bajó (descenso realizado parcialmente con esquís) el Manaslu en 21 horas y 14 minutos.

Nuestra expedición empezó con unas previsiones del tiempo realmente pésimas, que nos acompañarían durante todo el trekking. Para el acercamiento elegimos el camino más corto, que con 1 día de jeep y 4 a pie nos llevó directamente al pueblo de Samagoan, que sería nuestro campo base para el Pangpoche. Nuestra idea era subir primero al Pangpoche para poder disfrutar luego de la aclimatación en el Manaslu. Empezamos a explorar el Pangpoche enseguida, queríamos abrir una vía en la vertiente norte, o sea, la que lleva al Manaslu. Después de varias vueltas decidimos que la cresta noroeste nos ofrecía una aproximación más segura, así que pronto se convirtió en nuestro objetivo.

Nos movimos enseguida y en una jornada de lluvia llevamos una parte del material a la base de la cresta, a aproximadamente 5.100 m. A continuación, bajamos al pueblo para descansar un par de días y esperar el buen tiempo. Lamentablemente, los días pasaron y las previsiones no mejoraron y los tiempos empezaron a ponerse en nuestra contra. Tomamos una decisión arriesgada: decidimos invertir el programa y subir directamente al campo base del Manaslu y empezar a aclimatarnos en la vía normal. No perdimos el tiempo, preparamos el material y el 13 de septiembre llegamos a la base. El día después ya estábamos operativos y subimos al campo 2 a 6.400 m. El 15 de septiembre alcanzamos los 6.600 m y bajamos a la base a descansar. En la montaña había mucha nieve, pero, por suerte, en la vía normal las condiciones eran buenas, aunque era absolutamente indispensable probar otras vías. En apenas una semana completamos nuestra aclimatación alcanzando los 7.200 m y durmiendo a 6.800 m. Solo nos quedaba descansar y esperar una ventana, aunque fuera mínima, de clima seco. Finalmente, las previsiones nos sonrieron y parecían darnos una oportunidad para el 26 de septiembre. La ventana sería breve, pero parecía darnos las condiciones meteorológicas óptimas: ausencia de viento, cielo bastante despejado y buenas temperaturas hasta el 26 por la noche hasta las 12:00. Así que se podía hacer. ¡Ahora nos tocaba a nosotros!

Marco, Francesco y Emrik planearon salir el 25 por la mañana, subir al campo 3 a descansar unas horas y a medianoche salir directamente hacia la cima. Andy y yo, en cambio, saldríamos a las 21:00 del campo base para llegar a la cima la mañana del 26.
Finalmente llegó el 25 de septiembre y fue un gran esfuerzo mental ver a nuestros compañeros salir mientras nosotros nos quedábamos en el campo base a esperar. Durante el día miles de pensamientos me atormentaron. ¿Lo conseguiré? ¿Habré tomado la decisión correcta?

Luego, por fin, llegó la noche, cenamos con mi amigo Mario Casanova que nos animó todo lo que pudo y acabamos de prepararnos. Volvimos a comprobar por la enésima vez que habíamos cogido todo, salimos de la tienda y nos dirigimos al Chorten. Cogimos un poco de arroz y lo lanzamos al aire como símbolo de buen auspicio para la escalada y en ese momento nos dimos cuenta de que arriba no había estrellas. Saludamos a Mario y nos dirigimos hacia la lápida del alpinista iraní Jafar Naseri, que se encuentra en la parte alta del campo base; decidimos activar y parar el tiempo allí porque era el único punto fijo del campo.
Nos dimos un apretón de manos, activamos el cronómetro y listo: ¡nos vamos! Andy marcaba el paso y yo le seguía de cerca, Mario nos persiguió para hacernos alguna foto y vídeo, pero después de un rato dejé de verle detrás de mí. Salimos con fuerza y en una hora llegamos al campo 1. Allí se estaba bien, no hacía frío y, a fin de cuentas, estar solos en esa montaña era una sensación muy agradable. Llegamos a la parte del glacial cubierta de sérac llamada «Ojo», nos pusimos los crampones, bebimos un poco y volvimos a salir. En aproximadamente 2 horas y 15 minutos llegamos al campo 2; el frío empezaba a arreciar y decidimos vestirnos. Nos pusimos los pantalones de plumas y las botas de 8.000 y dejamos allí los zapatos más ligeros. Andy aceleró la marcha y llegó unos 5 minutos antes que yo al campo 3. Habíamos subido bien con respecto a nuestra hoja de ruta, teníamos aproximadamente 1 hora y 30 minutos de ventaja. Nos pusimos el plumón de gran altura y dejamos en la tienda de nuestros compañeros un poco de comida y una coca-cola para la vuelta. Rápidamente alcanzamos los 7.000 m y allí las cosas se complicaron; el viento se levantó de forma repentina. En la montaña había mucha nieve, así que con cada ráfaga nos parecía estar en medio de un vendaval y la cosa empeoró, porque el rastro se llenó de nieve. Hasta ese momento el rastro era perfecto, pero a partir de allí nos tocó volver a marcarlo todo. A veces eran 20 cm, otras 30 cm, y cada vez nos costaba más avanzar.

Trazamos el camino a turnos, pero aún así redujimos mucho la marcha, llegamos al campo 4 a 7.400 m y nos dimos cuenta de que habíamos perdido toda la ventaja que teníamos y, por tanto, en ese momento estábamos a la par con nuestro plan inicial. Decidimos hacer la última parte sin peso y dejamos las mochilas en el campo. Subimos un primer tramo y nos dimos cuenta de que ya estaba amaneciendo: fue un momento precioso, por fin vimos la cima y, a lo lejos, también a nuestros amigos. En ese momento me motivé un montón, como si estuviera en un trance agonístico, aceleré la marcha y alcancé primero a Emrik y a Franceso. Intercambiamos unas palabras, bebimos juntos y seguí adelante, quería alcanzar a Marco que estaba a unos 100 m más arriba.

Llegué hasta Marco, que, mientras tanto, me hizo algunas fotos. Me paré frente a él y en ese momento me di cuenta de que Andy había reducido el paso. Volví con Marco, pero seguí girándome para buscar a Andy, un par de veces le grité para animarlo, pero la distancia entre nosotros aumentó. En mi cabeza me dije que iba más lento porque para él era la primera vez que subía a una altura tan grande. Finalmente, Andy alcanzó a Francesco y a Emrik y en ese momento todo se aclaró y me quedé más tranquilo; yo haría los últimos 500 m con Marco y él con Emrik y Francesco. Ahora ya no estaba solo y eso me alivió. Volví a concentrarme y pensé que para mí no había sido fácil dejar atrás a Andy; antes estábamos los dos y ahora cada uno tenía que pensar por sí mismo y la cosa cambiaba. Me puse detrás de Marco a paso firme, le seguí de una forma muy regular y hasta conseguimos hacer 30/40 pasos de forma consecutiva, algo sensacional en estas alturas.

Llegamos bajo el último tramo y me puse delante, me sentía bien y me forcé un poco para superar a un grupo de alpinistas con su sherpa. Marco se quedó un poco atrás, pero me seguía sin grandes esfuerzos. De repente, conseguí alcanzar la cima final, y enfrente me encontré a mi amigo Pemba con dos clientes. En cuanto me vio, abrió el mono y me dio un sorbo de coca-cola. Enganchó a los clientes y me dejó pasar. Fue uno de los momentos más intensos que he vivido en la montaña, el gesto de Pemba a 8.000 tuvo un valor incalculable, ahora ya veía la cumbre, Pemba me animó, Marco llegó a la cresta e hizo algunas fotos. Ya casi estaba. En mi cabeza ya contaba cada paso, veía la cresta que poco a poco se terminaba y de golpe me encontré con un montón de banderitas tibetanas. Lo había conseguido: ¡estaba arriba! Miré el reloj; eran las 10 en punto. Había tardado 13 horas desde el campo base hasta a la cima. Me di la vuelta y miré hacia abajo. Yo también empecé a hacerles fotos a Marco y a Pemba.

Primero llegó Marco, nos abrazamos. Fue un momento precioso y nuestro segundo 8.000 juntos. Llegó también Pemba y empezamos a hacernos un montón de fotos. Estábamos eufóricos, bebimos, comimos, disfrutamos del momento; en total nos quedamos en la cima más de media hora. En un momento dado Marco me miró y me dijo: «¡Ahora mueve el culo y baja!». Nos saludamos y volví a salir, recorrí la cumbre y volví a la pendiente final, para ahorrar energías, bajé un poco sobre el trasero, como en un bob. A unos 300 m de la cima, me encontré con Andy, Francesco y Emrik; los animé y les dije que ya quedaba poco y que tenían que apretar los dientes. Le pregunté a Andreas cómo estaba y me respondió: «ça va maintenant je suis avec le copain descends tranquille». Lo miré, nos abrazamos ¡y seguí adelante!

Bajé decidido hasta el campo 4. A partir de allí me empezaron a doler los pies. Me parecía bajar lentamente al campo 3, en la tienda de los otros, cogí mis cosas, bebí un poco de coca-cola y seguí. Los pies me dolían, me parecía que el tiempo ya no pasaba... y por fin llegué al campo 2. Me cambié de zapatos, comí algo y me di cuenta de que tenía los pies mejor y que, al fin y al cabo, estaba bajando bien. Volví a salir; en mi cabeza seguía repitiéndome que faltaba poco y que tenía que seguir con fuerza; de vez en cuando hasta conseguía correr. Entonces me envalentoné y bajé con más intensidad. Empezó a llover. Estaba empapado, tenía que bajar. Llegué al C1, no me paré; seguí hasta el final del glaciar donde me quité los crampones, ¡ya casi estaba! Caminé rápidamente, pero con mucho cuidado. No tenía ganas de caerme y darme algún golpe. Vi las primeras tiendas, aceleré y finalmente llegué a la lápida y paré el tiempo: 17 horas y 43 minutos.

Enseguida retomé la marcha; estaba mojado y tenía frío. Llegué a nuestro campo y me metí en la tienda cocina, ¡porque esa era la tienda más caliente de todo el campo! Entré y todos me miraron con aire sorprendido. Pensarían: «¿Qué haces ya aquí?». Me ofrecieron un café y empecé a calentarme. En ese momento entró Mario, que empezó a abrazarme y a decirme: «Pero, ¿te das cuenta de lo que has hecho?». Le contesté que no mucho. Ahora tenía frío y hambre. Mientras tanto, el cocinero puso a hervir unas patatas y llegó Tashi, el director de nuestra agencia, con una caja de cervezas, y empezó la fiesta. Me sentía mejor, llegaron un montón de sherpas y todos me abrazaron. Nos quedamos unas tres horas allí y de repente llegó también Marco. Nos abrazamos y luego nos tomamos una cerveza más. Hacia las 18:30 llegó Andy, nos cambiamos y comimos. Luego esperamos a Emrik y a Francesco para hacer otro brindis y comer una fantástica tarta con las palabras «Manaslu summit». Lo mejor de esta aventura es que la compartí con un grupo especial de amigos, ¡con los cuales siempre me he enfrentado a todo con una sonrisa!

Estábamos felices, pero a la vez éramos conscientes de que la cosa no se acababa aquí, porque todavía nos esperaba el Pangpoche.
To be continued…

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