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Alberto Casaro

LYNGEN CHEAP THRILLZ

#SALEWAFACES

«En abril me gustaría ir a Noruega a ver qué tal es, ¿os venís?»

Estas fueron las palabras pronunciadas por Marco a la hora de comer de un día cualquiera de enero, después de un encuentro casi casual con él y Alice en las pistas de Cortina, donde trabajamos Carolina y yo…

No nos tomamos demasiado en serio esa invitación, en parte por la falta de detalles, pero, sobre todo, porque presentaba todas las incógnitas del caso, desde cómo encajar las fechas con los varios compromisos laborales hasta el presupuesto, siendo Noruega un destino conocido por sus elevados precios. Pero algo era seguro, el gusanillo empezaba a picar y, quizás, haciendo bien los deberes se podría organizar algo concreto, sin tantas florituras, low-cost y sin depender de guías y agencias.
Sin ni siquiera tener el tiempo de formular estos pensamientos, una enérgica Alice nos llamó y nos enseñó reservas, fechas, fotos de itinerarios, fotos de un alojamiento vikingo chulísimo y un presupuesto muy por debajo de cualquier previsión; un viaje de ocho días en los Alpes de Lyngen con apartamento, coche y libro de excursiones incluidos: menos es más.

No hace falta decir que aceptamos y abril llegó rápidamente, la agitación era máxima, a pesar de que una condición física dudosa después de un invierno pasado más abajo que arriba despertaba cierta perplejidad: pero ya se sabe, partiendo del nivel del mar uno se cansa menos…

Nuestra llegada alrededor de las dos de la madrugada a causa de un retraso aéreo nos trasladó a nuestro apartamento en una oscuridad envolvente, aunque no total, que dejaba entrever un paisaje sin vegetación, después de un trayecto en coche a lo largo de una carretera acunada por un mar oscuro y por escarpadas paredes de las cuales intentaba imaginarme formas y cimas.
Cuando haces un viaje de ocho días, quieres aprovechar cada día, así que, sin exagerar con despertadores demasiado tempraneros, no perdimos el tiempo y salimos con el primer itinerario, el más fácil, el Storgalten, una caminata de 1.200 m de desnivel al final del fiordo. Por algún sitio teníamos que empezar, pero el hecho de no alcanzar ni siquiera la cima de una excursión enturbiada por una neblina total no es que nos hubiera motivado demasiado; después de una merienda atacamos otra vertiente de camino a casa; nada de cimas, tampoco esta vez, pero por la información que recibimos, eso habría mandado al traste nuestra aventura.
Número uno: mira a tu alrededor; sin tener en cuenta el libro, lo que ves desde la carretera es una plétora de couloirs, cimas grandes y pequeñas a no subestimar.
Número dos: si hace mal tiempo en un lado, hará bueno en el otro; los fiordos de todos modos son estrechos y largos y las montañas actúan de barrera contra las perturbaciones, como en el Brennero.
Número tres: en abril los días son mucho más largos y el sol no modifica demasiado las condiciones. Moraleja: tienes doce horas a tu disposición para meterte en líos.
Aunque quizás la regla principal es que las varias aproximaciones y merodeos son eternos, sobre todo si estás acostumbrado a los Dolomitas.
Este es un resumen de cómo fueron las cosas a quienes se la jugaron sin tener grandes conocimientos del lugar, pero usando el cerebro, más o menos, y volando bajo; recogiendo información dondequiera que fuera posible, con el parte meteorológico y el libro siempre a mano.
Por una vez, por lo menos en mi caso, no buscaba el máximo resultado en términos de dificultad de las esquiadas, las excursiones y los desniveles: el objetivo era sobre todo una exploración de una lugar nuevo, sin expectativas personales, siguiendo los ritmos de los días adentrándonos en una naturaleza todavía bastante salvaje en ciertas zonas, sin dejarnos tiranizar por el tiempo y las ganas de tener una hazaña épica que contar (a pesar de que, al final, de una manera u otra, llegó igual). Cuando un grupito como el nuestro pone sobre el terreno sus propios conocimientos para elaborar itinerarios en un lugar nuevo, la victoria ya está en emprenderlos, en haber salido airosos en un destino codiciado por esquiadores y alpinistas, ¡en completar cinco excursiones de siete sin ver ni un alma en los varios parajes!
A fin de cuentas, la experiencia ha sido muy positiva, la cima del glaciar del Tafeltinden nos regaló unas vistas generales indescriptibles, la cima del Goalborri, un conjunto de cornisas para dejarte la vida, el Godmother of all couloirs, una aproximación demencial en todos los sentidos, el Tomas colouir, un último atisbo de invierno mientras las tentativas al Fugldalsfjellet y Salama couloir, una bocanada de primavera y un motivo perfecto para volver.
Necesitaría muchas páginas para describir al detalle cada una de estas excursiones, pero, después de todo, esto no pretende ser un informe y ni siquiera la exaltación de una actuación fuera de lo común.
Lo que quiero decir es que no siempre el logro de un objetivo ambicioso determina el éxito de un viaje. En mi caso personal, ha sido precisamente el hecho de renunciar al Godmother a enseñarme que lo importante es intentarlo, alejarse de los caminos marcados e ir siempre un poco más allá de los propios límites; el objetivo es la búsqueda en sí.

Gracias a Carolina, Alice y Marco por la paciencia y por haber compartido estos maravillosos días,
por el amor y por las incasables ganas de montaña.

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