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Pietro Lamaro

Esquí en las antípodas

#SALEWAFACES

Es como el día y la noche, el sol y la luna, el blanco y el negro: estás en un hemisferio distinto y lo notas.

El lado opuesto del planeta, otra estación, otros inviernos.

 

Así empieza mi relato de una emocionante expedición a Nueva Zelanda, una historia llena de matices, un viaje que no olvidaré nunca.

Dejo atrás un verano tórrido, italiano, con escaladas en los Dolomitas y chapuzones en el Mediterráneo. Mi destino es Christchurch, Nueva Zelanda, conocida por el rugby y por los infinitos e imponentes glaciares que se deslizan con frecuencia desde las cumbres hasta las playas bañadas por el océano.

A pesar de que llego a uno de los países más alejados de Italia, recibo una cálida bienvenida de los kiwis, como se conoce a los neozelandeses.

Es inútil intentar describir mi reencuentro con Alex.

¡Que empiece la AA Travel Nueva Zelanda!

 

Solo hacen falta algunas salidas de un día al monte Rolleston, Craigieburn y Cheeseman para acostumbrarme a un invierno que queda muy lejos del nuestro. Salidas ideales para preparar el cuerpo y la mente para el objetivo principal: atravesar la isla sur, de la costa este a la oeste, en una ruta conocida como «Symphony on Skis Traverse». Es una de las experiencias más bonitas, fascinantes, auténticas e intensas que haya visto jamás.

El equipo consta de un kiwi, Latham, dos australianos, Croc y Split, y dos italianos, Pit y Alex. Nos reunimos en la orilla del lago Tekapo, icono de la isla sur. Con un 4x4 recorremos una gran parte del Godley Valley y nos ahorramos un vuelo en helicóptero, que desde ahora llamaremos «chopper».

Aprovechamos el Hilux al máximo y solo abandonamos este fiel medio de transporte a orillas del río, cuando finalmente comenzamos nuestro viaje, a pie, a lo largo de un valle infinito y plano coronado por imponentes picos blancos.

El primer amanecer marca el comienzo de una nueva aventura. Es el primero de los siete que viviremos completamente inmersos en la naturaleza, lejos de toda civilización y de sus comodidades, pero cerca de nuestra pasión.

Cuando el sol sale por primera vez, nos encontramos en la base del primer ascenso, de camino al primer paso, al primer glaciar. Estamos solos, pero todos tenemos el mismo deseo de vivir intensamente cada uno de los días, en estrecho contacto con nosotros mismos y con el grupo. Somos compañeros de aventura unidos por una sola pasión: la montaña. Una montaña que nos acogerá en solitario, sin la compañía de otros exploradores, montañeros ni esquiadores. Una montaña increíblemente hermosa que nos recibe como huéspedes en una mansión decorada para darnos la bienvenida. Una montaña desnuda, que nos muestra el alma helada que se esconde debajo de su blanco manto de nieve.

Montañas imponentes se elevan sobre las morrenas interminables que desembocan en una sola cuenca, pura y de un precioso tono turquesa. Para nosotros, son lagos de la verdad. Tenemos un único pensamiento: integrarnos en un ambiente hostil para el hombre, pero que acoge con dulzura nuestro espíritu.

Es difícil describir la sensación de asombro que sentimos al movernos a través de estas montañas gigantes y de apariencia orgullosa, pero la alegría de estar en este lugar, en este momento, con estos compañeros, va más allá de lo material. Imagina que estás en la antigua Roma y entras al Coliseo, lleno hasta la bandera, con miles de personas que, a voz en grito, aclaman tu nombre. Miras a tu alrededor, te sientes bien, preparado para afrontar con felicidad y alegría el siguiente paso. Debe de ser algo parecido a las emociones que sentimos nosotros en estos momentos.

Los detalles de los ascensos realizados durante nuestra travesía en Nueva Zelanda, desde Hochstetter Peak hasta Elie de Beaumont y a través de tantos otros picos, los dejo a tu imaginación porque quiero centrarme solo en la experiencia y las emociones.

Una mochila increíblemente pesada, gradientes exagerados con días de 2.500 m de desnivel, desarrollos impresionantes... Y, al mismo tiempo, la alegría, el placer y la emoción del entorno transforman el cansancio en la agradable sensación de pertenencia a un conjunto compuesto por múltiples factores. Los más importantes: la naturaleza y el espíritu. La belleza de compartir un mismo esfuerzo con otras personas que en pocos días se han convertido en hermanos con quienes vivir momentos únicos nos permitirá seguir soñando una vez que regresemos.

 

Nuestra expedición no termina en el punto contrario. Después de más de 7 días completamente aislados en un entorno impresionante y de visitar lugares más turísticos como Wanaka y Queenstown, el deseo de regresar a las montañas, las de verdad, es enorme.

 

De hecho, gracias también al entusiasmo de Latham, decidimos saltar en un Chopper y regresar a la cordillera central. El único objetivo real es ser los primeros de la temporada en escalar y esquiar la cara este del Aoraki, el monte Cook, el pico más alto de Nueva Zelanda, que con sus 3.724 m sobre el nivel del mar se ve claramente ya desde la llanura del lago Pukaki. Una pared imponente e intimidante, 1.800 m a 55° de roca, nieve y hielo, todo un icono del alpinismo kiwi y un objetivo para todos los alpinistas del mundo.

El esfuerzo es considerable. Desde las 00:45, más de 10 horas de ascenso y aún no hacemos cima. Las condiciones son particulares y difíciles de definir: a veces tenemos nieve más o menos dura, grumosa y a veces tenemos hielo vivo.

No sabemos si podremos esquiar la pared, hay muchas dudas y miedo también. Pero la atmósfera es indescriptible, con un amanecer rojo intenso rodeado de montañas que brotan verticales, feroces, de un suave manto de nubes espesas y blancas.

A medida que avanzamos, la situación se vuelve más y más delicada, aumenta el cansancio, la pared es más empinada y el terreno, cada vez más incierto. La emoción y el entusiasmo se intensifican a su vez.

En la cima, la alegría y la felicidad superan a cualquier otra sensación humana. Estar en la cima de la famosa East Face del monte Cook es algo para lo que jamás encontraré las palabras adecuadas, una satisfacción increíble. La mirada va más allá de la belleza de las vistas, a nuestros pies está Nueva Zelanda, el hemisferio sur y el océano.

Estamos solo a mitad de camino. A partir de aquí no podemos cometer errores, no podemos equivocarnos. Cualquier paso en falso, cualquier caída o resbalón sería el final. Pero el 7 de septiembre de 2019, gracias a nuestro compromiso y pese al cansancio, cumplimos un sueño: esquiar toda la cara este del Aoraki.

 

Me gustaría enfatizar lo que ha supuesto para mí esquiar la East Face del monte Cook. Desde hace algunos años he dedicado mi vida exclusivamente a la montaña, al esquí y al montañismo, mi mayor pasión. Gracias a varios amigos muy queridos, he aprendido mucho en los últimos años y para mí, el monte Cook ha sido un punto de inflexión, el examen para un nuevo comienzo. Me ha permitido poner en práctica, en una jornada larga y única, todo lo aprendido a lo largo de varios años. La alegría de haberme puesto a prueba, de haberme encontrado, me da la seguridad y el entusiasmo necesarios para seguir haciendo lo que estoy haciendo. Seguir trabajando en mis capacidades y esforzarme por mejorar día tras día, para seguir viajando por el mundo, cumplir mis sueños, deseos y metas y, al mismo tiempo, compartir con todas las personas que me rodean las experiencias más hermosas que la vida puede ofrecer.

Nueva Zelanda me ha regalado emociones muy fuertes y probablemente ha sido uno de los mejores viajes de mi vida. He establecido un vínculo muy fuerte con uno de mis amigos más cercanos, Alex.

Nunca olvidaré la alegría de subir al avión en Christchurch después cumplir algunos de mis sueños. Es el comienzo de un nuevo capítulo de mi vida y regreso a Milán con una idea grabada en la mente: no dejar nunca de soñar. Vive y comparte lo que amas.

 

Pietro Lamaro

 

Un agradecimiento especial para Vibram, Salewa, Camp-Cassin, Atk, Blizzard, Tecnica, Smith y Ferrino

Es como el día y la noche, el sol y la luna, el blanco y el negro: estás en un hemisferio distinto y lo notas.

El lado opuesto del planeta, otra estación, otros inviernos.

 

Así empieza mi relato de una emocionante expedición a Nueva Zelanda, una historia llena de matices, un viaje que no olvidaré nunca.

Dejo atrás un verano tórrido, italiano, con escaladas en los Dolomitas y chapuzones en el Mediterráneo. Mi destino es Christchurch, Nueva Zelanda, conocida por el rugby y por los infinitos e imponentes glaciares que se deslizan con frecuencia desde las cumbres hasta las playas bañadas por el océano.

A pesar de que llego a uno de los países más alejados de Italia, recibo una cálida bienvenida de los kiwis, como se conoce a los neozelandeses.

Es inútil intentar describir mi reencuentro con Alex.

¡Que empiece la AA Travel Nueva Zelanda!

 

Solo hacen falta algunas salidas de un día al monte Rolleston, Craigieburn y Cheeseman para acostumbrarme a un invierno que queda muy lejos del nuestro. Salidas ideales para preparar el cuerpo y la mente para el objetivo principal: atravesar la isla sur, de la costa este a la oeste, en una ruta conocida como «Symphony on Skis Traverse». Es una de las experiencias más bonitas, fascinantes, auténticas e intensas que haya visto jamás.

El equipo consta de un kiwi, Latham, dos australianos, Croc y Split, y dos italianos, Pit y Alex. Nos reunimos en la orilla del lago Tekapo, icono de la isla sur. Con un 4x4 recorremos una gran parte del Godley Valley y nos ahorramos un vuelo en helicóptero, que desde ahora llamaremos «chopper».

Aprovechamos el Hilux al máximo y solo abandonamos este fiel medio de transporte a orillas del río, cuando finalmente comenzamos nuestro viaje, a pie, a lo largo de un valle infinito y plano coronado por imponentes picos blancos.

El primer amanecer marca el comienzo de una nueva aventura. Es el primero de los siete que viviremos completamente inmersos en la naturaleza, lejos de toda civilización y de sus comodidades, pero cerca de nuestra pasión.

Cuando el sol sale por primera vez, nos encontramos en la base del primer ascenso, de camino al primer paso, al primer glaciar. Estamos solos, pero todos tenemos el mismo deseo de vivir intensamente cada uno de los días, en estrecho contacto con nosotros mismos y con el grupo. Somos compañeros de aventura unidos por una sola pasión: la montaña. Una montaña que nos acogerá en solitario, sin la compañía de otros exploradores, montañeros ni esquiadores. Una montaña increíblemente hermosa que nos recibe como huéspedes en una mansión decorada para darnos la bienvenida. Una montaña desnuda, que nos muestra el alma helada que se esconde debajo de su blanco manto de nieve.

Montañas imponentes se elevan sobre las morrenas interminables que desembocan en una sola cuenca, pura y de un precioso tono turquesa. Para nosotros, son lagos de la verdad. Tenemos un único pensamiento: integrarnos en un ambiente hostil para el hombre, pero que acoge con dulzura nuestro espíritu.

Es difícil describir la sensación de asombro que sentimos al movernos a través de estas montañas gigantes y de apariencia orgullosa, pero la alegría de estar en este lugar, en este momento, con estos compañeros, va más allá de lo material. Imagina que estás en la antigua Roma y entras al Coliseo, lleno hasta la bandera, con miles de personas que, a voz en grito, aclaman tu nombre. Miras a tu alrededor, te sientes bien, preparado para afrontar con felicidad y alegría el siguiente paso. Debe de ser algo parecido a las emociones que sentimos nosotros en estos momentos.

Los detalles de los ascensos realizados durante nuestra travesía en Nueva Zelanda, desde Hochstetter Peak hasta Elie de Beaumont y a través de tantos otros picos, los dejo a tu imaginación porque quiero centrarme solo en la experiencia y las emociones.

Una mochila increíblemente pesada, gradientes exagerados con días de 2.500 m de desnivel, desarrollos impresionantes... Y, al mismo tiempo, la alegría, el placer y la emoción del entorno transforman el cansancio en la agradable sensación de pertenencia a un conjunto compuesto por múltiples factores. Los más importantes: la naturaleza y el espíritu. La belleza de compartir un mismo esfuerzo con otras personas que en pocos días se han convertido en hermanos con quienes vivir momentos únicos nos permitirá seguir soñando una vez que regresemos.

 

Nuestra expedición no termina en el punto contrario. Después de más de 7 días completamente aislados en un entorno impresionante y de visitar lugares más turísticos como Wanaka y Queenstown, el deseo de regresar a las montañas, las de verdad, es enorme.

 

De hecho, gracias también al entusiasmo de Latham, decidimos saltar en un Chopper y regresar a la cordillera central. El único objetivo real es ser los primeros de la temporada en escalar y esquiar la cara este del Aoraki, el monte Cook, el pico más alto de Nueva Zelanda, que con sus 3.724 m sobre el nivel del mar se ve claramente ya desde la llanura del lago Pukaki. Una pared imponente e intimidante, 1.800 m a 55° de roca, nieve y hielo, todo un icono del alpinismo kiwi y un objetivo para todos los alpinistas del mundo.

El esfuerzo es considerable. Desde las 00:45, más de 10 horas de ascenso y aún no hacemos cima. Las condiciones son particulares y difíciles de definir: a veces tenemos nieve más o menos dura, grumosa y a veces tenemos hielo vivo.

No sabemos si podremos esquiar la pared, hay muchas dudas y miedo también. Pero la atmósfera es indescriptible, con un amanecer rojo intenso rodeado de montañas que brotan verticales, feroces, de un suave manto de nubes espesas y blancas.

A medida que avanzamos, la situación se vuelve más y más delicada, aumenta el cansancio, la pared es más empinada y el terreno, cada vez más incierto. La emoción y el entusiasmo se intensifican a su vez.

En la cima, la alegría y la felicidad superan a cualquier otra sensación humana. Estar en la cima de la famosa East Face del monte Cook es algo para lo que jamás encontraré las palabras adecuadas, una satisfacción increíble. La mirada va más allá de la belleza de las vistas, a nuestros pies está Nueva Zelanda, el hemisferio sur y el océano.

Estamos solo a mitad de camino. A partir de aquí no podemos cometer errores, no podemos equivocarnos. Cualquier paso en falso, cualquier caída o resbalón sería el final. Pero el 7 de septiembre de 2019, gracias a nuestro compromiso y pese al cansancio, cumplimos un sueño: esquiar toda la cara este del Aoraki.

 

Me gustaría enfatizar lo que ha supuesto para mí esquiar la East Face del monte Cook. Desde hace algunos años he dedicado mi vida exclusivamente a la montaña, al esquí y al montañismo, mi mayor pasión. Gracias a varios amigos muy queridos, he aprendido mucho en los últimos años y para mí, el monte Cook ha sido un punto de inflexión, el examen para un nuevo comienzo. Me ha permitido poner en práctica, en una jornada larga y única, todo lo aprendido a lo largo de varios años. La alegría de haberme puesto a prueba, de haberme encontrado, me da la seguridad y el entusiasmo necesarios para seguir haciendo lo que estoy haciendo. Seguir trabajando en mis capacidades y esforzarme por mejorar día tras día, para seguir viajando por el mundo, cumplir mis sueños, deseos y metas y, al mismo tiempo, compartir con todas las personas que me rodean las experiencias más hermosas que la vida puede ofrecer.

Nueva Zelanda me ha regalado emociones muy fuertes y probablemente ha sido uno de los mejores viajes de mi vida. He establecido un vínculo muy fuerte con uno de mis amigos más cercanos, Alex.

Nunca olvidaré la alegría de subir al avión en Christchurch después cumplir algunos de mis sueños. Es el comienzo de un nuevo capítulo de mi vida y regreso a Milán con una idea grabada en la mente: no dejar nunca de soñar. Vive y comparte lo que amas.

 

Pietro Lamaro

Un agradecimiento especial para Vibram, Salewa, Camp-Cassin, Atk, Blizzard, Tecnica, Smith y Ferrino

 

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