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FRANCESCO MAINI

Con la mochila en la espalda y el corazón en la garganta

#SALEWAFACES

Son las tres de la madrugada, aunque llevo varias horas intentando dormirme, mi mente no quiere saber nada de dormir y sigue viajando. A lo mejor solo quiere asegurarse de que lo que estoy viviendo no es un sueño, sino que es todo real. O sencillamente porque estoy acurrucado en los asientos delanteros de un furgón dentro de un saco de dormir, iluminado por una luna llena que esta noche parece un faro. El tiempo pasa y mis ojos se cierran, en realidad no está tan mal dormir en esta extraña posición, solo hay que acordarse de mover las piernas de vez en cuando, entrelazadas entre la puerta y el volante, y tener cuidado con el voluminoso freno de mano al darse la vuelta.

05:30: el día ha invadido el vehículo sin timidez, parece que Pietro y Giorgio, que en cambio están tumbados en la parte trasera del furgón sobre una cama individual medio improvisada, también se han despertado. Tras una pequeña demora causada por la insólita hora, decidimos que es el momento de ser eficientes y salir de nuestro cálido refugio. Afuera, el aire es fresco, pero sin llegar a ser agresivo. Con las piernas aún entumecidas, organizo las últimas cosas en la mochila, mientras Pietro prepara un copioso desayuno. Giorgio sigue en la cama y no parece ser coherente con sus genes suizos, que, en otras ocasiones en cambio, se presentan de la forma más prepotente.

Después de una rápida comprobación del material, salimos. Son las 07:15 y, a pesar de recibir muchas críticas por mi indumentaria poco alpina, estoy emocionado por volver a caminar en la montaña. Durante los últimos dos meses y medio, transcurridos en casa, entre cuatro paredes, una de las cosas que más me alegraban era recordar estos momentos: las botas de montaña que crepitan sobre la gravilla, la hierba que deja escarcha sobre mis pantorrillas, poderme mover libremente en un lugar aislado del mundo, en el cual todavía se puede oler el perfume de la tierra húmeda. Y ahora ya estoy aquí, caminando en un sendero de montaña, en subida, y mientras la respiración empieza a sonar sofocada, pienso en todo lo maravilloso que me espera por delante.

The approach

Delante de mí, Giorgio mantiene el paso con dos muñecas de cuerda atadas a la espalda, algunos caballos rumian tranquilos en estos vastos prados. Tras ellos se yergue el Paretone en toda su magnitud, y, si te fijas bien, se puede ver una casita sobre un espolón de roca: es el refugio Franchetti.

Después de más o menos una hora y media de camino, llegamos a la vertiente sudoeste de la segunda ladera del Corno Piccolo. Aquí el sol todavía no ha llegado y la diferencia de temperatura es evidente. Nos ponemos los cascos y nos preparamos para la vía con arneses y cachivaches metálicos varios. Giorgio y Pietro se juegan con la sagrada e inviolable ley del «Chin Chun Clan», la precedencia en la vía y después de un intenso encuentro, gana Pietro… Obviamente Giorgio tiene suerte en el amor.

Entonces, le echamos un último vistazo a la guía, identificamos la vía y empezamos el ascenso. La roca está helada y las manos parecen no responder bien a las ordenes por el frío, pero no importa, por fin estamos escalando y no hay temperatura que pueda enfriar nuestros ánimos. El primer largo que subimos es «Amore Gambini», compuesto por 6 vías que nos llevarán a la cima de la segunda ladera. A lo largo del primer largo, intento recuperar la confianza con esta extraña escalada, que, para mí, tiene poco de espontánea: intento mantener el peso bien distribuido ahora en cuatro y luego en tres apoyos firmes. No puedo permitirme resbalar o arrancar por error trozos de roca de la pared, porque pondría en peligro mi seguridad y la de mis otros dos compañeros de cordada. Procedo pues con delicadeza y, aunque todavía me siento un poco oxidado, después de unos diez minutos me encuentro en la primera reunión montada con cuidado y precisión por Pietro. Siguiendo en mi ascensión logro soltarme y sentirme cada vez más cómodo, ahora las manos consiguen sentir la roca y los pies se mueven con precisión sobre la pared. Por fin me siento a gusto, el viento me acaricia y consigo disfrutar del ascenso.

Climbing

Estamos en el cuarto largo, Giorgio está subiendo colocando las protecciones, pero tarda mucho, está claro que hay algo que le impide subir con fluidez. Mientras tanto, Pietro y yo esperamos colgados en la reunión de aseguramiento, esta vez incómoda y expuesta. Ahora un viento gélido parece abofetearnos y no pasa mucho tiempo antes de que mis dientes empiezan a castañear como un pájaro carpintero que agujerea el tronco de un árbol para hacer su nido. Me vuelven a la cabeza las críticas sobre mis pantalones cortos… ¡Pobre de mí! Tenían razón. Por suerte mi temblor se ve interrumpido por mi cuerda tensa: Giorgio se encuentra en la quinta reunión y ahora me toca a mí subir. El movimiento de la escalada no basta para calentarme del todo y no consigo mantener la concentración.

Llegado a las 3/4 partes de la vía me doy cuenta de que Giorgio ha puesto solo una protección en los últimos 15 metros, esto quiere decir que en caso de caída se las habría visto canutas. Ahora entiendo por qué tardó tanto en subir ese tramo. Empiezo a notar una sensación nauseabunda, que se amplifica cuando llegamos a la reunión de aseguramiento. Nos encontramos atados el uno al otro en la convergencia de un canal. En cuanto se me nubla la vista, entiendo que no me encuentro bien, entonces intento tumbarme colgado de la cuerda y, aunque la posición no sea la mejor, después de unos minutos me recupero.

Climbing

Hacia las 13:00 estamos en la cima de la segunda ladera, hemos subido los últimos 100 metros en una especie de ensamble, porque la escalada no era complicada. Por fin ha llegado el momento de llenar la barriga, aunque, conociendo lo importante que es para Giorgio optimizar el espacio en la mochila, mis expectativas son muy bajas… En efecto, no me equivoco: comemos una barrita rápidamente y volvemos a salir para el segundo largo.

Después de pasar unos veinte minutos en una gravera identificando la vía a tomar, encontramos el anclaje de Mario di Filippo, una vía de 5 largos de dificultad V+. En la lejanía unos nubarrones negros intentan poner en duda nuestro ascenso, pero, tras mirar rápidamente las previsiones meteorológicas, decidimos subir igualmente. La pared es magnífica y la roca es sólida, admiro con cuanta seguridad y profesionalidad Giorgio y Pietro se mueven entre las fisuras del Corno Piccolo.

Ahora me siento casi como si estuviera nadando: mano arriba, pie derecho a la altura de la cadera, pie izquierdo bajo y una braceada con la izquierda para superar la mano derecha. A veces los pies se encuentran en microapoyos de dudosa tendencia, pero el viento y el frío hacen que la fricción del pie de gato sobre la roca sea eficaz.

La pared no nos regala nada, a pesar de que la dificultad teórica no es muy elevada, empiezo a sentir la fatiga y los pies en los zapatos empiezan a rebelarse ante el hecho de permanecer aprisionados en esta jaula de goma desde hace ya 6 horas.

Climbing

Faltan dos largos hasta la cima. Pietro se encuentra en la enésima fisura defendiéndose contra la gravedad con empotramientos de rodilla, que le permiten poner algunos friends durante esta difícil escalada en dulfer. Subimos los últimos 100 metros sumergidos en la niebla, que sube rápidamente, llevándonos a una situación de aislamiento total de la realidad.

Ahora ya estoy, lo voy a conseguir, con un movimiento de cadera de bulderista, hago palanca en la pierna para saltar de pie sobre la cumbre de la pared. Pietro me aprieta fuerte la mano, Giorgio deja de desatarse los pies de gato y nos abrazamos llenos de alegría y satisfacción. Estoy feliz, 7 horas de escalada ardua y constante, 11 largos subidos para un total de 550-600 metros. Hemos llegado.

Las nubes parecen haberse desvanecido con discreción, abajo, el valle Maone, delante, los imponentes pilares de Intermesoli. En algunos canales aún se puede vislumbrar algún que otro cúmulo de nieve, que este año parece no haber querido hacer compañía durante mucho tiempo a esta montaña, quizás porque no ha nevado mucho o por las temperaturas insólitamente elevadas.

Tras 10 minutos de caminata llegamos a la cruz, que marca la cota de 2650 m. Es hora de beber un poco de agua, hacer un par de fotos del increíble paisaje y nos preparamos para bajar. Recorreremos la vía normal durante una hora hasta el refugio Franchetti, luego una hora y media más hasta Clementino, el furgón de Pietro aparcado en Prati di Tivo. Durante la bajada empezamos a fantasear con lo que comeremos una vez que lleguemos, en parte porque el estómago empieza a dar prepotentes punzadas y en parte para ignorar el dolor de las piernas cansadas.

Pasada la última colina, desde arriba veo tres figuras en la lejanía: seguramente son Flavia, Maddalena y el pequeño cachorro de Maddi de los mil nombres. Yo lo llamo Gnoccolino. Me alegro de verlas, nos saludamos y, reventados, por fin podemos detener nuestras piernas que llevan moviéndose solas desde hace ya 13 horas. Mientras las chicas montan su tienda, preparamos rápidamente el abundante aperitivo que nos espera: queso pecorino, varios tipos de embutidos, taralli y mucha cerveza… Nos aseguramos de que no nos falte de nada.

Walking

Sin saber muy bien la cena que habría traído Romolo de Roma, llegamos a las 20:00 con el estómago lleno, pero poco después, con gran sorpresa, Romolo baja del coche con cantidades industriales de brochetas y salchichas. Entonces decidimos encender una buena hoguera para calentarnos y hacer brasas. Mientras cenamos, entre narraciones y manos grasientas, Flavia coge del coche su guitarra. Estaba seguro que la habría traído. Intentamos tocar algo y veo que ha mejorado mucho desde la última vez que la había escuchado.

Gnoccolino de vez en cuando intenta entrar con nosotros en el círculo en torno al fuego, pero su atracción por nuestras brochetas es demasiado fuerte para poder establecer una convivencia pacífica entre nosotros… Además, es un pastor de Maremma, y un plato tapado no va a impedirle robar una salchicha.

La luna sube desde detrás del Monte Camicia y el fuego se debilita, muchos deciden que es hora de conceder al cuerpo un poco de descanso. Yo prefiero quedarme un ratito más delante de estas brasas que tímidamente me siguen calentando.

No pasa mucho tiempo antes de que Maddalena me acompañe, ella también es scout y sin duda conoce la magia de la danza de un fuego moribundo.

Después de una agradable charla, los párpados se vuelven cada vez más pesados y entiendo que es hora de descansar. Entonces, nos damos las buenas noches y, mientras apago del todo las últimas llamas, pienso en la importancia de reconocer la belleza y la profundidad de los momentos vividos hoy.

Entonces entro en la tienda, me deslizo en el interior de mi cálido saco de dormir y finalmente duermo satisfecho, listo para volver a empezar mañana.

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